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Cómo apoyar a los niños con neuro divergencia en la Iglesia

En el corazón del ministerio infantil está el llamado a reflejar el amor de Cristo en acciones concretas. Cada niño es una creación única de Dios, con su propia manera de conectarse con el mundo y con su Creador.

Por eso, acompañarlos con empatía, comprensión y compromiso no es opcional, sino parte de nuestra misión como Iglesia.

En este camino, comprender la neurodivergencia se vuelve clave para fomentar una inclusión real. No se trata solo de dar la bienvenida, sino de crear espacios sensibles, accesibles y pensados intencionalmente para todos.

Una mirada distinta sobre las diferencias

La neurodivergencia es un término que celebra la diversidad en el funcionamiento neurológico. Abarca condiciones como el autismo, el TDAH, la dislexia y otras formas de procesamiento cognitivo. En lugar de considerar estas características como “déficits”, las entiende como diferencias válidas y legítimas en la forma de pensar, sentir, aprender y relacionarse.

Muchos niños neurodivergentes pueden presentar estilos únicos de comunicación, desafíos en la regulación emocional o una percepción sensorial distinta. Para ellos, las rutinas tradicionales de una clase bíblica o un culto infantil pueden volverse confusas o abrumadoras. Allí es donde la Iglesia está llamada a actuar con sensibilidad y creatividad.

Los números respaldan la urgencia de este abordaje. Se estima que uno de cada 34 niños es autista. La dislexia afecta entre un 5% y un 15% de la población mundial, y el TDAH, entre el 5% y el 7% de los niños. En Argentina, aunque muchos casos no están diagnosticados, se observa un crecimiento en la conciencia y los diagnósticos, sobre todo luego de la pandemia.

Una fe que abraza con intención

Frente a este panorama, la comunidad de fe no puede quedarse al margen. El mensaje bíblico nos desafía desde sus raíces. “Dios creó al ser humano a su imagen” (Génesis 1:27), lo que implica que cada niño, sin importar su condición, refleja algo del carácter divino.

Jesús mismo nos dejó el ejemplo más claro. En Mateo 19:14, dijo: “Dejen que los niños vengan a mí”. No solo los aceptó, sino que los colocó en el centro, los hizo visibles. Incluir con intención es seguir ese mismo camino: poner a los niños en medio, como hizo el Maestro.

Recursos para enseñar con sensibilidad

La enseñanza cristiana puede adaptarse con pequeñas acciones que generan un gran impacto. Uno de los recursos más útiles es el uso de apoyos visuales. Se trata de materiales gráficos que anticipan y ordenan la rutina de una clase o reunión: una imagen para la bienvenida, otra para el momento de canto, una más para la historia bíblica, y así sucesivamente.

Este tipo de estructura ayuda a reducir la ansiedad, anticipar lo que viene y dar sentido al entorno. Se pueden crear con pictogramas (como los disponibles en ARASAAC), con dibujos simples o incluso con fotos reales. En casos de disminución visual, se puede optar por objetos que representen cada momento: un instrumento musical, un libro, crayones.

Otro recurso práctico es utilizar un señalador que indique cuál es la actividad actual. Puede ser una pinza, una flecha o una tarjeta móvil. También es posible tapar con una hoja transparente las actividades ya realizadas, lo que permite visualizar el progreso.

Para algunos niños puede ser útil contar con un tablero individual, que les permita anticipar las actividades o marcar lo que ya hicieron. Esto les da autonomía, estructura y un sentido de control sobre su participación.

Acompañar desde la relación

La inclusión no se trata solo de adaptar recursos, sino de vincularse con cada niño desde el respeto. Cada uno tiene su manera de comunicarse y relacionarse. Algunos lo hacen con palabras, otros con gestos, imágenes o dispositivos de apoyo. Por eso, es fundamental consultar a las familias o terapeutas sobre cuál es la mejor forma de interactuar con ellos.

Aceptar las distintas formas de comunicación, no forzar el contacto visual y validar sus emociones son gestos que hacen la diferencia. A veces, un niño puede estar muy presente y atento, aunque no mire a los ojos o no participe verbalmente.

Una buena herramienta son las tarjetas de emociones: dibujos de caritas con diferentes expresiones que ayudan a los niños a señalar cómo se sienten. Esto fomenta la expresión emocional desde un lenguaje accesible.

Tiempo de adoración y participación

El momento de alabanza también puede ser un espacio de inclusión. Permitir el movimiento libre, incorporar gestos o ademanes a las canciones y ofrecer zonas tranquilas para regularse son formas sencillas de integrar a todos los niños. Los objetos sensoriales, como pelotas antiestrés, mantitas o auriculares con cancelación de sonido, pueden ayudar a aquellos que lo necesitan sin interferir en el desarrollo del grupo.

Incluir no es limitar, sino ampliar las posibilidades. Es abrir la puerta a una adoración genuina, donde cada niño pueda expresarse según su modo y su ritmo.

Una comunidad que aprende

La tarea no recae solo en el maestro de escuela bíblica. Toda la Iglesia es llamada a formarse, a aprender y a crecer en este camino. Capacitar a líderes y voluntarios, abrir espacios de escucha con las familias y construir redes de contención son pasos fundamentales.

No se trata de hacerlo perfecto, sino de caminar con humildad. Reconocer lo que no sabemos, animarnos a preguntar, buscar ayuda y seguir aprendiendo. Eso también es amar.

Porque cuando la Iglesia abraza la diversidad, revela el Reino de Dios aquí y ahora. Y cuando un niño puede ser él mismo en su fe, todos descubrimos más sobre el Dios que nos creó distintos… y profundamente amados.

Viviana Obermann
Viviana Obermann
Licenciada en psicopedagogía, especializada en autismo y neurodesarrollo, coordinadora de tratamientos psicoeducativos por más de 18 años. Especializada en diagnóstico diferencial para autismo en niños pequeños y adolescentes. disertante en jornadas y congresos educativos. Autora del libro: "Autismo y La Iglesia", de e625.

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