Probablemente alguna vez fuiste víctima de un engaño, estafa o falsificación. Puede ser desde un artículo o dispositivo comprado en internet que aseguraba ser original y era una copia trucha, un perfil de alguna persona en redes sociales que desea mostrarnos una realidad que no existe.
O quizá fue una propuesta laboral que no cumplió con nuestras aspiraciones, la carrera universitaria tan prometedora que nos desmotiva apenas comenzado el segundo año o la personalidad de algún amigo o amiga con quien pretendías algo más y te desilusionaste.
Todos podemos ser víctimas del catfish. Pretendemos de las personas más allá de lo que están capacitadas para dar. O tal vez seas tú esa persona que utiliza diversas plataformas para mostrar algo que no existe: la típica foto tirando humo, la clásica publicación “fantasmeando” después de una rutina de ejercicio o un partido, la concreción de algún logro tangible o material.
¡Nada de eso está mal! Nunca va a estar mal gritar a los cuatro vientos mostrando tus logros y que todos sepan cuánto valió tu tiempo y esfuerzo invertido.
«dedicamos más tiempo demostrándole al mundo que somos felices cuando podríamos invertir ese recurso en serlo verdaderamente»
En realidad, si mostramos nuestros logros, en la misma medida deberíamos mostrar nuestros fracasos. ¿Por qué no lo hacemos, por qué es una aberración mostrar fracasos? La verdad es que nadie quiere mostrar sus defectos, no queremos que vean nuestros errores y fallas.
Todo parece indicar que para ser apreciado, admirado o alabado, tenemos que mostrar lo positivo y ocultar lo negativo. Magnificar públicamente lo bueno y masticar solitariamente lo malo. Esto es lógico ya que no hay muchos espacios para personas reales, auténticas y falibles. Nadie va a contratar a un gerente con pésima tasa de efectividad en su gestión. Nadie quiere ver a un deportista de bajo rendimiento, nadie parece apreciar a los honestos y auténticos.
Si quieres pertenecer a un grupo, tienes que modificar tu comportamiento, tu código de valores, tu vocabulario, tu vestimenta y hasta el color de tu pelo. Ahí es donde comenzamos a ver personas auto falsificadas en lugar de personalidades legítimas, auténticas y reales. Pretendemos generar una ilusión para “vivir acompañados y felices”, utilizamos nosotros el catfish.
Esto le quita lo real y divertido a la vida
Cuán sanas serían las amistades, noviazgos, trabajos, redes sociales y la vida si fuéramos auténticos. Nadie esperaría algo que hemos ofrecido y no podemos dar. Mi gran ejemplo y modelo de vida es Jesús. Él mostró su verdadera cara, su carácter, sus emociones, su malestar.
El Maestro no tuvo resguardo en desilusionar a un joven con dinero o personas que deseaban señales raras. Fue auténtico y nosotros tenemos también que serlo. Una persona así es alguien consecuente con lo que dice, piensa y demuestra. Tiene un certificado de originalidad en la frente. Esto atrae a las personas correctas y aleja a las incorrectas.
Hace años que pastoreo jóvenes y cuando hablo con los chicos por primera vez, siempre deseo que se desilusionen rápido, que no fabriquen una realidad ilusoria de mi vida. No saben lo sana y descontracturada que se vuelve la relación después de esa charla. Todos saben qué esperar y qué no esperar. No ven dobleces, no hay falsificación y la amistad se potencia porque caen las caretas dejando ver nuestra verdadera cara.
La desilusión es una palabra positiva, porque la ilusión es una expectativa irreal de algo o alguien.
Cristian Kehler, presidente de Juventud Evangélica Bautista Argentina (JEBA)
Por eso te animo a que seas auténtico aunque esto signifique que desilusiones a tu entorno. Te animo a que seas real, legítimo. Quienes te acompañen lo van a hacer por tu verdadera naturaleza.
¡Nada de catfish! Te espero en el lado de la autenticidad. ¡Te aseguro que está buenísimo!