“Aunque es asombroso que la iglesia haya sobrevivido a las persecuciones de los primeros siglos, es más asombroso aún que haya sobrevivido a la institucionalización y corrupción de los siglos posteriores” (Andi Stanley).

Cerramos la nota anterior destacando que fueron los monjes quienes “salvaron” la iglesia cuando su fe se estaba diluyendo. Ellos fueron los primeros en notar que las costumbres y los valores seculares se estaban filtrando y modelando una iglesia que se parecía cada vez más al Imperio romano y cada vez menos a la versión primitiva fundada por Jesús.

Los monasterios y las misiones

En una primera instancia los monjes fundaron los monasterios para aislarse de todo y dedicarse a la contemplación, la santificación y el cultivo de la vida interior. Luego comenzaron a abrirse a la sociedad y a funcionar como centros devocionales, educativos y culturales.

Por un lado, ejercieron una notable influencia impulsando importantes reformas sociales, como, por ejemplo, la creación de los primeros hogares de niños de toda la historia. Un monasterio podía ser un complejo edificio que incluía, además del templo, talleres, tiendas, casa de caridad y espacios donde se realizaban actividades educativas y culturales para toda la comunidad. 

Por otro lado, los monasterios fueron la base de la expansión misionera hacia toda Europa enviando los primeros evangelistas a sus flamantes países. 

Es famosa la historia del joven de 16 años secuestrado por piratas y llevado como esclavo a Irlanda. Allí, mientras era obligado a pastorear ovejas, recordó que su abuelo era cristiano y empezó a orar. En eso, unas voces le indicaron cómo llegar a la costa y tomar un barco que lo llevaría de vuelta a su país, Escocia. 

Tras escapar decide ordenarse como sacerdote en Roma y, algunos años después, las mismas voces que lo salvaron aquella vez le dicen que debe regresar a la tierra donde vivió secuestrado, para predicarles el Evangelio a los irlandeses. Así lo hizo y pronto Irlanda adoptó el cristianismo como religión oficial. Su nombre era Patricio y aunque hoy se le asocie a la mundialmente famosa fiesta de la cerveza, su ministerio dejó una huella imborrable en ese país que debemos continuamente resaltar.

Restos arqueológicos del monasterio cristiano más antiguo del mundo, que data del siglo IV

Los testimonios de conversiones se multiplicaron. En Francia, en el 496, se registra el bautismo del Rey Clodoveo. Lo que Patricio fue a Irlanda, Willibrordo lo será para Holanda (hacia finales de los años 600) Bonifacio para Alemania (a principios de los años 700) y Ansgar, Witmaro y Gislemaro para Dinamarca y Suecia (ya hacia el 800). Otra historia singular que brota de esos años es la de Boris, rey de Bulgaria, que pidió cambiar su nombre por Miguel, en honor al arcángel que aparece en la Biblia.

En el 995 el Evangelio llegó a Noruega y a su rey Olaf Trygvason, hacia el 1000 a Polonia y hay registros de que en el 1015 el rey de Rusia, Vladimir I, se convirtió asegurando el futuro del cristianismo ortodoxo en ese país. Cinco años más tarde, Esteban, rey de Hungría haría lo mismo.

Un retroceso

A pesar de este crecimiento y expansión geográfica sin precedentes, muchos afirman, no sin razón, que entre el 500 y el 1500 se produjo el retroceso más serio que sufrió el cristianismo. El soborno, la corrupción, la inmoralidad y el derramamiento de sangre lo hacen casi el capítulo más negro de toda la historia de la Iglesia. 

Uno de los factores fueron las famosas “cruzadas” que, enmascaradas como proyectos misioneros, en su mayoría eran auténticas guerras para “defenderse” del avance musulmán y reconquistar Jerusalén. Además de demandar excesivas cantidades de dinero, constituyeron la versión opuesta a la actitud pacífica de los cristianos de los primeros siglos, desencadenando un odio que perdura hasta el presente.

Otro rasgo fue la corrupción. El manejo del dinero era muy cuestionable: los altísimos sueldos de los obispos, los sobornos para conseguir mejores cargos y la venta de indulgencias (la quita total o parcial del castigo del pecado a cambio de dinero) para recaudar los fondos necesarios para construir la Basílica de San Pedro, en el Vaticano, despertaban cada vez más disidentes. No menor fue la violencia con la que se castigó a quienes se oponían a cualquiera de las normas impuestas y eran acusados de herejes. 

Para exterminar a los herejes se instituyó la tristemente famosa Inquisición, a partir de la cual se condenó a la hoguera a decenas de miles de personas.

Por otro lado, el lujo de las residencias papales contrastaba con la pobreza del pueblo y generaba un desprecio visceral alimentado, a su vez, por los rumores de promiscuidad sexual de varios de los principales dirigentes eclesiásticos.

¿Qué lugar ocupaba la Biblia en todo esto? No importaba, hacía años que su lectura estaba prohibida en los idiomas vernáculos de los pueblos. Años más tarde, los sacerdotes dictarían los cultos en latín y a espaldas de los fieles, contribuyendo así al distanciamiento y a la ignorancia también.

Si los primeros años nos enseñaron que la iglesia funcionaba de adentro hacia afuera, ésta época ambigua y de zozobra nos enseña que, en contra de las leyes de gravedad que rigen al universo y al ser humano (los de arriba mandan a los de abajo), la iglesia funciona “de abajo hacia arriba”: la humildad y el amor deben ser la marca que distinga a los líderes de una iglesia que no debe gobernar, debe servir.

Jesús mismo modeló una forma diferente de ejercer el poder y fundó una nueva comunidad de fe basada en el amor y el servicio de unos por otros.

Si los líderes no entendemos este “aspecto invertido” del Evangelio, corremos el riesgo de arruinarlo todo. Los encargados de explicarnos mejor estos principios serían los reformadores, quienes, tal como los monjes mil años antes, aparecerían en escena para renovar la iglesia, una vez más…

Leé acá la primera parte de esta serie, Breve historia de la iglesia, de perseguida a oficial

Licenciado en Ciencias de la Comunicación UBA. Egresado también del Seminario Internacional Teológico Bautista. Pastor asociado de la Iglesia del Salvador, en Morón. - Casado con Elisa, papá de Sofía y Catalina.