Muchos de nosotros quizás estemos evaluando la idea de vivir fuera de Argentina, sin embargo, hubo personas que decidieron hacer lo contrario: dejar su lugar de origen para venir a evangelizar.
Pero esos misioneros no vinieron a las ciudades donde había abundantes comodidades, sino a lugares de difícil adaptación. No había luz, no había agua corriente, servicios de salud cercanos ni mucho menos escuelas. El idioma también era una barrera.
Si hoy nombrara un país como Noruega, ese sería el lugar ideal donde muchos de nosotros quisiéramos vivir con nuestra familia. No obstante, a principios de 1900, alrededor de 1910, un misionero decidió dejar la fría Noruega para habitar el caluroso Chaco argentino. Sin comunicación con su país de origen, dejó todo atrás para evangelizar a los pueblos originarios. Pocas comodidades, mucho convencimiento.
Allá lejos y hace tiempo
Berger Johnsen nació en Noruega el 13 de febrero de 1888, en el poblado de Ekeland. Cuando era muy joven decidió ser marino mercante, por lo que hizo varios viajes a Estados Unidos. Era la década de 1900. ¿Qué tiene que ver esto? Pues se inició la ola del llamado “Avivamiento de la Calle Azusa”, en abril de 1906.
Así, Johnsen pudo ver y comprobar esta nueva experiencia que estaba viviendo el Evangelio, donde ya no había tanta rigidez al momento de leer la Biblia, pretendía ser un movimiento general, sin diferenciaciones y, sobre todo, preocupado por evangelizar a los países, naciones, razas o pueblos que aún no habían escuchado de Dios.
Es importante resaltar el énfasis evangelizador que tenía este nuevo movimiento, donde cualquiera podía ser útil y convertirse en misionero para poder llevar la Palabra a cualquier lugar del mundo. Sobre todo, al Hemisferio Sur, en continentes o subcontinentes como India, Oceanía, África y, por supuesto, América del Sur. En este conjunto de zonas aún no alcanzadas estábamos nosotros.
Los comienzos como misionero
Al terminar este proceso de avivamiento, el noruego se comunicó con la misionera canadiense Alice Wood, quien ya estaba en su labor misionera en Argentina. Alice primero ingresó en 1910 en Entre Ríos, más específicamente en Gualeguaychú, durante este período Johnsen aprendió y practicó el castellano, y se entrenó como misionero ya en nuestro país.
No obstante, el deseo de Johnsen era alcanzar a las tribus de pueblos originarios en la zona fronteriza de Salta y Chaco. Fue así que decidió establecerse en Embarcación, Salta, donde compró varios terrenos para poder establecer su misión evangelizadora. Desde este punto, se interiorizó en los wichis y tobas que habitaban tanto en Salta como en Chaco. Su principal preocupación fueron las condiciones laborales y de vida que tenían estos pueblos, por lo que se ocupó para que mejorarán su situación.
Esto no se limitó solo al Norte Argentino, sino que llegó a las zonas del sur de Bolivia, como Tarija. Además, allí Johnsen se casó y tuvo tres hijos; el enlace fue con una sueca que también estaba en esa zona.
Los frutos de su obra
La labor de la década de 1920 tuvo sus frutos en la década siguiente, con el nombre, según los investigadores, de “El gran Avivamiento del Río Pilcomayo”; los primeros cinco años, al menos eso aseguran los investigadores, fueron los más significativos para la región.
Una de las principales acciones fue la de convertir no sólo a los pobladores “comunes” -por decirlo de alguna manera- sino también a los chamanes, es decir, a los hechiceros que eran una parte importante de la comunidad. De acuerdo a los relatos orales, estos cambiaron su modo de pensar y dejaron sus prácticas que no compaginan con el evangelismo (toda la información ha sido extraída del artículo “La misión pentecostal escandinava en el Chaco argentino. Etapa formativa: 1914-1945” de César Ceriani Cernadas.
Conclusión
Tal vez las conclusiones son varias, aunque considero que lo principal es vivir la voluntad de Dios, no la nuestra. Quizás ninguno elegiría dejar sus comodidades para irse a vivir en la mitad del monte chaqueño; sin embargo, no todo depende de lo que pensemos, sino de estar atentos a escuchar la voz de Dios, así entenderemos cuando nos está diciendo cuál es su voluntad. No será cómoda, pero será “buena, agradable y perfecta”.