Justo cuando creíamos que el 2020 nos estaba dando una tregua, luego de un año realmente inusitado por la pandemia mundial, con un dominante clima de incertidumbres, con escuelas y negocios cerrados, contagios y muertos de COVID-19; justo el día del bebé prematuro, el presidente de Argentina envía el Congreso de la Nación un proyecto de ley por el “Aborto seguro, legal y gratuito”.
El mismo presidente que inició la cuarentena con la frase de “una economía que se cae se levanta, pero una vida que se pierde no se recupera más” es el que, solo unos días atrás, envió al Poder Legislativo una ley que prevé ayuda integral a aquellas mujeres que deseen continuar con el embarazo. La misma que, para para los bebés no deseados propone el aborto.
Es sabido lo que sucedió en 2018 cuando se votó este proyecto. En realidad, uno parecido, ya que el proyecto 2020 es bastante más radical respecto de la objeción de conciencia tanto del médico como institucional. Pero el pueblo, a través de sus representantes, ya votó que iba a proteger todas las vidas. Sea que hayan nacido o estén por nacer.
Entonces, como sociedad nos cabe preguntarnos ¿por qué volver a insistir con esto ahora? ¿por qué la urgencia de ser tratado en sesiones extraordinarias? El debate de hace dos años fue extensísimo y se cubrieron todos los aspectos: jurídico, médico, legal, social, filosófico, entre otros. Y se escuchó a cientos de expositores que estaban a favor y en contra. Entonces, otra vez nos tenemos que preguntar ¿por qué volver a la carga? ¿qué cambió este año?
Nada y todo. Estos últimos nueve meses los centros de salud públicos han sido centros de comercio para la demanda del famoso misoprostol, en plena pandemia. En paralelo, concurrir a un turno de control obstétrico en el mismo período o conseguir un turno para una ecografía ha sido toda una odisea. En cambio, recursos y voluntad para terminar con un embarazo, sí. Recursos y voluntad para cuidar la vida de la madre y el bebé: no sabe, no contesta. La cultura del descarte se sigue instalando.
Podría argumentar indefinidamente sobre este tema, pero quisiera hacer mella en dos ideas fuerza. La primera es que la vida comienza en la concepción. Hace unos días en las redes sociales me llamaron dinosauria (sic) por afirmar esto y sugerir lo que cualquier libro de biología básica explica: la vida del ser humano comienza en el momento de la concepción misma. Para la ciencia no hay un estado diferente al de vida o muerte: el limbo aquí no califica.
La segunda, debemos devolverles la humanidad a nuestros bebés, y quiero hacerme entender en esto. Toda mujer sabe que, cuando queda embarazada, está esperando un hijo. Nadie se lo tiene que explicar, lo haya deseado o no, sabe que el test positivo indica que hay un ser humano distinto a ella gestándose en su interior. Entonces ¿por qué tanta insistencia, hasta violenta por momentos, en deshumanizar el bebé? Quieren llamarlo embrión o feto, pero yo prefiero la palabra bebé, creo que le devuelve su humanidad.
Debemos tener cuidado, porque si se logra convencer a la mujer de que vaya en contra de su propia naturaleza, se creerá la falacia de no habrá consecuencias para la madre que termina con la vida de su propio hijo. Y la mujer embarazada, tampoco quiero usar la palabra gestante porque me suena más a una reducción de la mujer a su aparato reproductor, va a ser feliz cuando tenga la convicción de que lo que abortó no es su hijo.
Podría enumerar una cantidad de mujeres que, engañadas, han abortado y luego se han arrepentido.
Es desgarrador verlas darse cuenta cómo no hay vuelta atrás. El tiempo no regresa, no se puede ir a buscar a ese bebé abortado. No se puede llorar a alguien que nunca existió. ¿O si existió? ¿o si se puede llorar a alguien que sabíamos que vivió pero elegimos no ver? El síndrome post aborto existe, es real, hay miles de mujeres que no gritan orgullosas sus abortos y que necesitan sanidad integral, perdón, acompañamiento y una nueva oportunidad.
Como sociedad, tenemos que rechazar la falsa idea de que la mujer que quiere abortar lo va a hacer igual y que, llegado el caso, mejor que lo haga en condiciones de salubridad. Sería como decir que como el que se quiere suicidar no avisa, entonces mejor dejémosle a mano una soga resistente, para que sea exitoso en su cometido. Suena disparatado, ¿no?
Ninguna mujer quiere abortar. Muchas son forzadas, muchas creen que no tienen alternativas, muchas son las primeras víctimas de violencia y abandono, otras tantas están pasando situaciones que no llegamos a imaginar ¿Y qué hacemos con ellas? ¿las mandamos a casa con una pastilla y un vacío en el útero y el corazón o nos apuntamos para amarlas incondicionalmente a ellas y a sus hijos?
No todas las que piensan en abortar terminan haciéndolo, sino aquellas que creen no tener salida, que están solas y con miedo. Y el miedo nunca es buen consejero.
Como hijas de Dios tenemos el llamado de ser agentes de sanidad y reconciliación. Se nos ha dado el ministerio de reconciliación. No necesitamos títulos universitarios para amar, simplemente un corazón dispuesto que ame hacer la voluntad del Padre, el cual perdona, restaura y da segundas y hasta terceras oportunidades. Nuestro país y nuestras mujeres no necesitan aborto, necesitan una mano extendida y una red que las contenga.