Desde el 21 de diciembre, todo nuestro hemisferio —el sur— está atravesando la estación más calurosa del año. Si bien el 2020 fue por demás complicado —no hace falta que convenza a nadie—, en situaciones más simples, muchas parejas aprovecharían esta época para casarse. Muchos, quizás, quieran hacerlo antes que la tan esperada segunda ola venga de nuevo a complicarnos la vida.
En los tiempos bíblicos, también se usaba la estación cálida para contraer matrimonio. Pero con algunas diferencias. Demasiadas diferencias, en mi opinión.
Libertad para elegir el cónyuge, ni lo sueñes
Todos los pueblos del Antiguo Oriente tenían que aceptar la pareja que los padres habían elegido, sin chistar. Los hebreos no eran la excepción. ¿Por qué pasaba esto? Muy simple. Como dice Wight en su libro Usos y costumbres de las tierras bíblicas, se debía amar a la pareja elegida debido a que se interpretaba como voluntad de Dios que los padres determinaran tal o cual persona para unir a su hijo o hija.
Algunas veces se consultaba con anterioridad, pero no era lo más común. Un claro ejemplo de pareja acordada entre los padres es el caso de Isaac y Rebeca en Génesis 24.
Algo muy importante: hay que aclarar qué entendemos por amor
Muchos especialistas en terapia y relaciones de pareja, como el terapeuta en Gestalt Oscar Vaca, explican por extenso la diferencia entre tres tipos de amores: eros, filial y ágape.
El primero es el amor erótico, el responsable por sentir atracción física y sexual por otra persona.
El segundo es aquel amor derivado de las relaciones entre familia, amigos o compañeros, seres queridos que comparten con nosotros algo especial.
Y, por último, el ágape, es aquel amor desinteresado, aquel que desea el bien del otro sin nada a cambio.
Los tres, según este profesional, se conjugan y se entremezclan según las situaciones que estemos viviendo.
¿Por qué esta aclaración? Debido a que el amor que profesaban en el Medio Oriente entre las parejas formadas por los padres se pretendía que fuera un amor filial. Es decir, como si fuera un amor entre hermanos, algo cercano, pero que quizás, nunca cumpliera con los otros tipos de amor, si se puede llamar así.
Las diferentes “dimensiones” de la palabra amor. Si bien es la misma palabra, para los griegos tenía diferente significado. Los matrimonios de los tiempos bíblicos pretendían llegar a un amor filial y quizás no erótico. (Imagen extraída de LearnReligions.com)
En esta época había que pagar para tener esposa
Luego de los acuerdos entre los padres, había que otorgar cierta cantidad de dinero para obtener la novia. Esto podía ser en dinero, objetos de valor o trabajo, tal cual le sucedió a Jacob con su suegro Labán: trabajar siete años por una esposa y siete años por otra (Génesis 31).
Muchas veces, los matrimonios tenían una importancia económica para ambas familias. Como aclara el autor Wight, en caso de divorcio, la mujer podía hacer uso de la dote para comenzar una nueva vida, relativamente hablando.
La celebración de la unión: ataviarse como un rey y como una reina
Para la reunión que propiciaba el casamiento, los futuros esposos debían estar ataviados con lo mejor que pudieran. Por supuesto que esto incurría en un gasto, por demás, excesivo para las familias.
Si el novio era de una familia pudiente, llevaba una corona de oro y joyas o accesorios de valor. Si no podían afrontar esto, simplemente se colocaban coronas de flores o alguna otra cosa que no fuera tan costosa.
Lo mismo sucedía con la novia: tenía que llevar los atuendos más brillantes y costosos para la ocasión, lo mismo que joyas y accesorios.
«Me deleito mucho en el Señor; me regocijo en mi Dios» ( Isaías 61:10).
« Porque él me vistió con ropas de salvación y me cubrió con el manto de la justicia. Soy semejante a un novio que luce su diadema, o una novia adornada con sus joyas» (Isaías 61:10).