Recuerdo que no era un día de clima especial, tampoco había noticias relevantes en la televisión, pero la creatividad y amor de Dios siempre están activos y nos puede dar una sorpresa.
De esto ya hace unos años, aún mi abuelo caminaba esta tierra y solíamos reunirnos alrededor de la mesa en su casa. Cada miembro de la familia ya tenía su lugar asignado. Tomábamos el té y realizábamos el devocional familiar, celebrando estar juntos, orando y compartiendo galletas sabor limón, que son hasta hoy las favoritas de mi abuela. Luego de orar, el Espíritu Santo, que guiaba nuestras conversaciones, llevó a mi abuelo a realizar una pregunta habitual para la vida de cualquier estudiante, en mi caso de la carrera Artes Visuales: “¿A qué clases asististe esta semana?”.
Le respondí enumerando las materias y comenté que había un horario en el que podía irme temprano a casa porque una profesora no concurría hacía meses y nos había llegado el rumor de que atravesaba una depresión (Josefina, esta profesora, es una gran artista, arquitecta, que desarrolla su expresión en infinidad de disciplinas artísticas).
Mi mamá, Graciela, que hace años es mi mánager, dijo: “Mientras orábamos tuve una visión de una mujer con sus cabellos profundamente negros y largos, vestida con una túnica y sandalias. Una imagen para estos tiempos muy hippie —y a continuación me preguntó—: ¿Será la profesora?”. “No lo sé”, le respondí. Y mi mamá insistió: “¡Averigüemos dónde vive! Porque en la visión esta mujer estaba con su rostro marcado por el dolor y abundantes lágrimas”.
Una vida restaurada
Inmediatamente llamé a un profesor, le pregunté dónde vivía Josefina, y él me dijo el nombre de la calle pero no el número. Subimos al automóvil y fuimos hacia esa calle. Yo propuse que tocáramos el timbre en una casa.
Salió una mujer rubia que evidentemente no era a quien queríamos encontrar. Le dijimos que buscábamos a una profesora de arte que Dios nos había mostrado que estaba sufriendo y que nosotros veníamos de parte de Él para ayudarla. La mujer no nos cerró la puerta en la cara ni nos preguntó si queríamos dejar un folleto, simplemente nos hizo pasar muy amablemente y su rostro reflejaba sorpresa y alivio al mismo tiempo. “Yo estoy cuidando a sus hijas”, nos comentó.
Giré levemente y le hice señas a mi papá, que permanecía en el automóvil, para que se mantuviera en oración. En el interior de la casa se abrió una puerta y desde la oscuridad más profunda emergió lentamente Josefina, como si estuviéramos viendo una obra de Rembrandt, el pintor barroco. Por supuesto con sus cabellos negros muy largos, túnica y sandalias (igual a la visión de mamá), con la expresión de no poder ver la luz.
Nos contó su situación: junto a su marido habían hecho un viaje cultural y exótico a África y al regresar una de sus hijas había sufrido un accidente muy grave, el cual le dejaría secuelas de por vida. Situación de estrés y culpa que llevaron a su esposo a abandonar la familia y, con el tiempo, tener un estilo de vida sumamente desordenado. Por eso Josefina sentía que su vida se apagaba.
Los artistas siempre tuvimos la mente abierta a las posibilidades espirituales y ella no era la excepción.
Cuando mamá le contó cómo llegó hasta su casa y el mensaje del amor de Dios, no demostró sorpresa. A partir de ese día, su vida ya no sería la misma.
Al poco tiempo pudimos celebrar el bautismo de Josefina en el rio. Vestía una túnica, pero esta vez mojada por las aguas que corrían y no por sus lágrimas. Su hija recuperó la salud totalmente, su familia fue restaurada, su marido volvió y juntos han viajado nuevamente a África para celebrar la victoria del amor, poder y creatividad de Jesús. Y hoy es maestra de escuela dominical en la congregación, incluso fue maestra de sus propias hijas.
Ella es una autoridad universitaria de Buenos Aires. También la he invitado a pintar en vivo en algunos de mis shows-performances de artes combinadas y hemos dado cursos intensivos juntos, además de compartir paredes de centros culturales y galerías exponiendo nuestras obras.
Algunos pueden sentir sorpresa ante este testimonio, pero yo atesoro muchos más: conversiones, sanidades mientras estoy pintando en la plataforma, múltiples milagros al mismo tiempo. Y lo que recuerdo con más cariño: una congregación esperaba una respuesta y como soy ministrado por el Espíritu Santo para pintar, sin saberlo, plasmé lo que ellos estaban esperando de parte de Dios.
Por gracia, como Aarón tenía su vara, yo mi pincel. ¿Cómo no sentirse inspirado a expresar vida? Es decir, la voluntad de Dios.