¿Cuántas veces nos resultó difícil encontrar un tiempo de lectura, un tiempo con Dios y su Palabra? ¿O tal vez nos pareció poco posible generar el hábito de comenzar todas las mañanas con él? Seguramente que no me pasó solo a mí. Sé que la rutina, la agenda, tareas y demás actividades nos pueden llevar a minimizar aquello tan fundamental como hacer a Dios parte de nuestro día.
A continuación, quiero contarte cómo aprendí a compartir con el Señor esos momentos. Personalmente anhelaba descubrir cada vez más acerca de Él, y entendí que para esto el mejor recurso que tenemos es su Palabra porque la Biblia nos muestra más en profundidad acerca de Él.
Mi interés era descubrir sus características, su carácter, sus recónditos pensamientos e intentar entender su amor hacia nosotros. Todo aquello pasó a ser lo más importante para mí, ahora te cuento como comenzó todo:
Hasta mi adolescencia, Dios me parecía alguien lejano, sin embargo eso acabó el día que escuché a una mujer hablando sobre Él. Su mensaje era simple pero muy real y verdadero y me conmovió en lo profundo de mi espíritu. Ella compartió acerca del sacrificio de Jesús y uno piensa “Pero todos conocemos esa historia”.
Claro que sí, solo que esta vez fue diferente, ella hablaba como si fuera su amigo, como si le doliera que yo no lo conociera. Su rostro buscaba que yo entendiera lo que me estaba contando y así fue, definitivamente ese día no pude alejarme de Dios, mi espíritu lo entendió todo.
Necesitaba conocerlo más, necesitaba saber acerca de aquel Salvador del que nadie me había hablado durante años. Para este tiempo me regalaron una Biblia de aquellas que tienen marcadas las promesas. Cada mañana me levantaba, me preparaba mi café y allí estaba, a mi lado, la Biblia que poco a poco comenzó a tener color. Muchas oraciones me resultaban difíciles de comprender, y cuando digo “muchas” es literal, pero anhelaba entender el contexto, las historias, el porqué de cada escrito. Yo comencé a amar eso.
Ese “tiempo con Dios” lo prioricé, le fui dando el lugar, entendiendo que tuve muchos años “sin conocer aquello tan inmenso”. Y cuidado, que no digo que necesitamos estar horas y horas leyendo los sesenta y seis libros de la Biblia para que el Señor haga algo en nuestra vida. Él te bendice porque te ama, así sin titubear, sin mezquinar, sin dudar y sin condición. Pero sí quiero enseñarte algo hoy que es una perlita fundamental:
“Le contestó Jesús: —El que me ama, obedecerá mi palabra, y mi Padre lo amará, y haremos nuestra morada en él” (Juan 14:23).
¡Si amamos a Dios y leemos su mensaje, Él vendrá y habitará en nosotros!
Entonces me pregunto: ¿Cómo amar a alguien que no conocemos? ¿Cómo saber qué le gusta a una persona si yo no le dedico tiempo, conversaciones o momentos? ¿O cómo tener idea de lo que piensa, de lo que le duele o lo que le hace feliz si no me abre su corazón?
Todo lo que busquemos conocer de Dios, lo revelará mediante su Palabra, mediante esos encuentros a solas, apreciándolo. No caigamos en ser solo “quienes piden” y “amén”. Pregúntate: ¿Me presento a Dios solo cuando necesito algo? El hecho no está mal, porque siempre responde nuestras oraciones, pero si a ti te escribieran solo cuando necesitas algo, ¿qué dirías?
Si me permites te daré un consejo: que tus mañanas tengan a Dios. Dedícale tiempo a Él.
Recuerdo a aquel salmo: “Oh Señor, por la mañana escucharás mi voz; por la mañana me presentaré ante ti, y esperaré (Salmos 5:3, RVC). Es allí donde nos revelará secretos desde lo profundo de su corazón. Nos mostrará sus detalles, nos llamará la atención aun cuando estemos con prisa. Nos mostrará su amor desde los aires nuevos que se respiran desde temprano, desde los rayos del sol que se asoman por la ventana, desde el sonido del silencio.
Nos hablará desde lo sencillo que nos muestra la creación… y sé que no nos conocemos, pero sí tenemos un amigo en común, Dios. Él será tu momento favorito, no tengo dudas. Si le permites, Él vendrá y desayunará contigo por las mañanas, será hermoso porque Él es hermoso.
Oración
Señor, te entrego este día y lo pongo en tus manos. Gracias por renovar tus misericordias cada mañana, gracias por mostrarnos tu grandeza y bondad por medio de las cosas simples.
Ayúdame a abrir mis ojos y a afinar mis oídos a tu mensaje. Quiero amarte más y conocer tus pensamientos más profundos. Quiero abrazarte con mis acciones y obedecer tus palabras. Guíame en el camino y que pueda estar alineado a tu voluntad, en el nombre de Jesús, amén.