China es un país que, con razón, nos parece lejano. Aunque no está dominado por una religión adversa el cristianismo, como vimos en la nota anterior con el ejemplo de Marina Nemat, desde 1949 cuando triunfó el comunismo, tuvo un efecto parecido.
Esta ideología sostiene que la creencia en las religiones, cualquiera de ellas, produce un efecto de adormecimiento en la población, lo que provoca que no vean la situación de dominación que están viviendo. Por eso, había que combatirlas a todas ellas. Como todo país del Lejano Oriente, tenían unas tradiciones mezcladas, donde sus religiones principales consistían en una gran cantidad de dioses, tradiciones relacionadas a la buena o mala suerte si se hacían determinadas actividades e innumerables rituales.
Es a este mundo lleno de creencias milenarias, alejado de todo, con un atraso económico, político y tecnológico el que quiso convertir Hudson Taylor, un inglés que no buscó solo predicar, sino penetrar en el denso mundo interior de China.
Una infancia mirando a China
Taylor nació en Inglaterra en 1832. Sus padres desde siempre sintieron la inclinación por el lejano mundo oriental. Aunque ellos no pudieron acercarse hasta esas geografías, siempre oraron para que alguno de sus hijos sí pudiera hacerlo. Sobre todo, Hudson, por el cuál oraban para que algún día fuera misionero en China.
A pesar de esos intentos para que se desarrollara plenamente en el mundo evangélico, en su adolescencia se apartó por un momento de todas las ideas e inclinaciones de sus padres. Fue así que se convirtió en un muchacho mundo y escéptico, el cual comenzó a trabajar en un banco a una edad de 15 años.
A los 17 ocurre un cambió importante en su vida, cuando ingresó a una biblioteca y observó un folleto que decía “Consumado es”. Esa corta frase, fue la que le hizo cambiar de opinión y replantearse su vida como la estaba llevando en ese momento.
A partir de este punto, volcó su mirada directamente a China, levantándose temprano, estudiando chino -idioma por demás, complejo-, cambiando su estilo de vida, al cambiar su cómodo colchón por uno de mayor dureza. Uno de los libros que utilizó para aprender este idioma, fue un Evangelio de Lucas que estaba escrito en mandarín.
Mientras estaba preparándose, se le abrió la oportunidad para poder arribar a China, se embarca desde Inglaterra hacia ese país en 1853.
Los intentos por adentrarse en el país
Es necesario hacer una aclaración: Taylor no es un caso, quizás, excepcional. Con esto me refiero a que no es el primer ni el último misionero que tuvo la carga en predicar en China. Lo que hace la diferencia con otros, es que Taylor pretendió mimetizarse para disminuir las diferencias entre “el occidental y los orientales”. Fue así que, una vez que arribó al país, comenzó a vestirse como chino, con ropas largas -al estilo oriental- además de dejarse crecer el pelo y la barba. Esto puede parecer irrelevante, sin embargo, con estos pequeños gestos, buscaba relacionarse de una manera profunda con las personas a las cuales les predicaba.
Otra aclaración: el país -los países, mejor dicho- no eran como los conocemos en la actualidad. China solo había firmado la autorización en cinco puertos con Inglaterra. Esto significaba que un extranjero sólo podía visitar o arribar solamente a esos cinco puertos, no podía ir más allá de esos lugares.
Taylor podría haber aceptado esta situación y quedarse en una forma cómoda en un solo lugar. Pero no fue esa la actitud que decidió tomar, sino que fundó la CIM (Misioneros al Interior de China). El nombre lo dice todo, con esta organización pretendía reclutar gente de Inglaterra para que se sumen a la misión en China. Fue así que logró aumentar el número de predicadores en cada año que pasaba. De este modo, sus oraciones fueron contestadas, al tener en 1887, 102 personas misionando en el país. Pero no sólo en los puertos, sino en el interior del país.
La otra novedad de este misionero consistió en emplear mujeres en el campo misionero, enviando misioneras al pueblo chino. Esto también sirvió, lógicamente, para acercar el evangelio a la población local, debido a que se podía llegar de otra forma a las mujeres chinas.
Una labor quizás interrumpida
Como mencioné más arriba, en 1949 el poder comunista tomó el gobierno chino. Cualquier intento de religión se vio amenazado, aunque siguió existiendo la CIM. Puede que parezca que terminó “en la nada” la labor de Taylor. No obstante, el cristianismo crece en este país a una tasa importante. Corresponde a nosotros doblar las rodillas por los chinos e imitar su ejemplo. Quizás no hace falta ir a China pero sí comenzar -por lo menos- por los más cercanos.