El 24 de febrero de 2022 fue un día más para la mayoría de nosotras. En mi agenda había una visita al médico, algunas entrevistas vía zoom, clases virtuales y demás quehaceres. Para quienes vivimos en el hemisferio Sur seguramente fue un día normal y caluroso de febrero en que anhelábamos ir volviendo a la normalidad luego de tantos meses de pandemia.
Pero hay un hecho de trascendencia mundial que yo no registré en mi agenda y que alteró el destino de miles de personas de un momento a otro, e incluso trastocó la aparente paz del mundo occidental. Ese jueves 24 de febrero de 2022, tropas rusas cruzaron la frontera en varios puntos e invadieron Ucrania. Todo cambió de un momento a otro y seguramente te pasó lo mismo que a mí, los primeros días estaba constantemente pendiente de las noticias y muy conmovida por la nueva realidad que enfrentaba el mundo entero.
Los relatos de la guerra comenzaron a aparecer: un anciano a quien le bombardearon su casa y sigue viviendo entre escombros, un bebé que nace en un medio de las ruinas, un niño solo que cruza la frontera quebrado por el llanto, 12 millones de historias que, según estiman, son la cantidad de personas que a día de hoy han salido de Ucrania en condición de refugiados. Las historias son tantas como personas afectadas por esta guerra.
En medio de este torbellino de información y aun en medio mis oraciones elevadas a Dios al ver la realidad, una palabra de las escrituras comenzó a resonar en mi corazón como si fuera una tregua en medio del caos: “Sin embargo, después la tierra se recuperará de los estragos de la guerra. ¡Yo, el Señor, he hablado!”, Jeremías 46:26 NTV.
Hay palabras que llegan en el momento oportuno, esta puede ser una de ellas. Quizás hoy estés atravesando tu propio conflicto bélico; tal vez no estén bombardeando tu ciudad pero sentís que todo a tu alrededor se derrumba y ves que estás siendo exiliada de una realidad en la que te sentías feliz.
Puede que la calma de la noche apacible no se haya visto amenazada por una sirena que da aviso a un posible ataque aéreo, pero ese diagnóstico difícil de procesar suena aún más fuerte en tus oídos y hace que te sea imposible conservar la calma. Posiblemente no estés horas caminando junto a miles de personas que buscan salir de una zona de guerra a buscar refugio en otro país, pero te descubrís evadiendo tu realidad y buscando protección en lugares equivocados.
«En medio de la estruendosa realidad, se levanta una voz poderosa, es la misma voz de Dios que siempre habla cuando necesitamos escucharla».
Esa voz tiene una especial singularidad: cuando habla, crea. Cuando dijo ”que haya luz”, hubo luz y no solo eso, la separó de las tinieblas. Cuando reprendió el viento y las olas, ellas obedecieron e inmediatamente se produjo una gran calma. Esa misma voz hoy se revela en medio del caos y emerge una tregua que trasciende el tiempo y el espacio. Dios promete darte restauración en el peor de los escenarios.
«Después la tierra se recuperará de los estragos de la guerra. ¡Yo, el Señor, he hablado!». Esa es su palabra creadora que viene a soplar tiempos de cambio sobre tu realidad. No hay ruina que Él no pueda reconstruir, no hay escombro que Él no pueda quitar, no hay tierra sobre la que Él no pueda volver a plantar. Hoy puede ser el día en que a través de su palabra sea plantada una nueva semilla de esperanza en la tierra azotada por el conflicto.
«El conflicto quiere arrebatarte el sosiego, pero como mujeres de fe podemos hacer que la misma voz de Dios se levante en medio de nuestras circunstancias y cree nuevas realidades».
Su voz sigue hablando, creando, animando, e incluso cantando a tu alrededor con cánticos de amor y libertad. Su voz disipa los miedos y resuelve las dudas, abre oídos sordos e incluso levanta a los muertos. Los vientos todavía le obedecen, la enfermedad todavía retrocede, el llanto sigue transformándose en gozo y el luto convirtiéndose en fiesta.
Hoy el cielo declara una tregua de paz sobre tu vida y, cuando el cielo habla, la vorágine del mundo se detiene. Que hoy y siempre nuestra atención se enfoque en el sonido de su voz que no deja de hablar palabras de bien y paz sobre tu vida, sobre su iglesia y sobre el mundo entero.