Cuando conocí a Jesús llegué a Él con mi corazón roto y dañado, cegada y sin entendimiento; mi desobediencia, el elegir mi propio camino, trajo como consecuencia a mi vida mucho dolor.

Mis decisiones me pasaron factura, otra vez me encontraba a Sus pies, pidiéndole ayuda, perdón y restauración. Por mucho tiempo intenté que Dios reparara mi corazón roto pero me di cuenta de que Dios tenía una mejor propuesta: darme un nuevo corazón.

Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (Ezequiel 36:26-27).

«Me llevó años entender que Dios quería darme el corazón de Cristo, en el cual no hay temor, ni rencor, ni depresión, ni ansiedad, ni condenación». 

Hace poco tuve una visión, yo estaba compartiendo una palabra de Jesús para los jóvenes en una congregación y de repente escuché la voz del Espíritu Santo en mis pensamientos decirme:

“Quiero que les digas que yo quiero darles un nuevo corazón, el corazón de Cristo”. En ese momento se abrieron mis ojos espirituales para ver a Jesús, lo vi de frente viniendo hacia mí con un regalo en sus manos y ese regalo era su propio corazón. Ese corazón era brillante, no tenía grietas, ni dolor, estaba completo y emanaba mucha pureza, belleza y paz, pero Él quería hacer un intercambio conmigo, a cambio de que Él me de Su corazón yo debía darle el mío que estaba sucio, oscuro y roto.

Dentro de mí yo pensaba: “Esto no es negocio. Que Él me dé algo tan puro y yo le entregue algo tan impuro”, y sentí nuevamente Su voz hablándome:  “Nair, te llamo a una entrega total, dame tu corazón porque yo no quiero poner un remiendo nuevo en un vestido viejo, yo no quiero un odre viejo, quiero hacerte un odre nuevo”.

Nadie pone remiendo de paño nuevo en vestido viejo; porque tal remiendo tira del vestido, y se hace peor la rotura. Ni echan vino nuevo en odres viejos; de otra manera los odres se rompen, y el vino se derrama, y los odres se pierden; pero echan el vino nuevo en odres nuevos, y lo uno y lo otro se conservan juntamente” (Mateo 9:16-18).

«Al corazón que yo tanto estaba buscando cuidar, preservar y sanar, Él me pedía que se lo entregue, que me olvide de ese corazón y posea en su lugar este regalo que Jesús me estaba ofreciendo, un nuevo corazón, el suyo».

Un día, orando en mi pieza, tuve una visión similar en relación al corazón, Jesús me mostraba la forma de un corazón cubierto con una capa de piedra, cuando de repente veía un cortafierro y un martillo que pegaban contra ese corazón y poco a poco se iba abriendo la dura capa hasta deshacerse por completo, cuando la piedra se rompió enteramente, vi que dentro de esa cobertura gruesa había un corazón brillante como un diamante.

Entendía que muchas veces ese es nuestro estado cuando no dejamos que el corazón de Cristo posea nuestra vida, Dios trabaja para que el corazón de su Hijo sea formado en nosotras.

Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias” (Mateo 15:19).

A través de este versículo Él me hizo entender que de mi corazón caído, del corazón de la vieja Nair, siempre nacerían guerras, malos pensamientos, etc., pero del corazón de Cristo en mí nace y brota amor, paz, pureza y ese es el mejor regalo.

A veces pretendemos que Dios haga algo con nuestro dolor, pero Dios ya lo hizo todo en su Hijo Jesús, y en esa entrega total en la cruz, tal como lo dice su palabra, Él ya llevó todas nuestras enfermedades, sufrió nuestros dolores, fuimos muertos juntamente con Cristo y resucitados con Él.

“Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido” (Isaías 53:4).

A partir de esta revelación mi oración cambió, ya no busco que Jesús ponga paños nuevos en mis heridas viejas, sino que le entrego a Él cada área de mi vida para que Su corazón tome más lugar en mí y que yo pueda disfrutar de mi herencia en Cristo, herencia de paz, justicia y gozo, porque eso es su reino en nosotras.

La invitación de Jesús hoy es la siguiente, oigo Su voz que te dice: “Dame ese corazón viejo y roto, lleno de dolores y en su lugar posee el mío, que está lleno de paz, verdad, amor, justicia, gozo, plenitud seguridad, santidad y felicidad”.

Mujer, por mas dificil que sea tu historia de vida podés entregarla a los pies de Cristo para poseer la historia de Cristo como tuya, una historia de resurrección y victoria, una historia que no pudo ser manchada, ni la mismísima muerte pudo hacerla fracasar porque el Espíritu de vida que resucitó a Cristo es el mismo que hoy sopla y te trae un regalo, un nuevo corazón.

Esta historia tiene un final feliz: Cristo en nosotras, esperanza de gloria.