¿Qué mérito tienen ustedes al amar a quienes los aman? Aun los pecadores lo hacen así. Lucas 6:32.
No debemos ser expertos en teología o tener un doctorado en hebreo, griego o arameo para lograr interpretar o comprender aquello que, con mucha o poca exégesis está claro en la Biblia.
Hay temas que son propensos al debate, pero hay otros que, aún siendo sencillos de entender, son difíciles de ponerlos en práctica. O quizás, nos negamos a hacerlo. Dicho esto, deseo invitarte a que juntos nos demos la oportunidad de ser honestos con nosotros mismos y con aquello que está en nuestro corazón pero que nos cuesta poner sobre la mesa.
Escuché cientos de mensajes, sermones, reflexiones y todo tipo de canciones dónde se habla del amor. Quizás sea una temática sencilla de abordar porque en un cierto porcentaje, tiene que ver con nuestro lado emocional, con aquello que sentimos y nos hace tan humanos.
Sin embargo, la sencillez del tema se termina cuando vamos un poco más allá del amor como emoción y agregamos a la definición la palabra “decisión”. Aquí es donde la ecuación cambia.
Amar se siente bien cuando se trata de expresarlo y demostrarlo a quienes son fáciles de amar, ya que disfrutamos pasar tiempo de calidad con esas personas. En ellas invertimos dinero, energía, incluso en muchos casos, estamos dispuestos a entregar nuestras propias vidas en pos del bienestar de esas personas.
Ese amor desde un punto emocional es común al ser humano, hasta me atrevo a decir que cualquiera lo tiene y puede experimentarlo y manifestarlo. Y eso está bien.
Pero, ¿Qué sucede cuando me enfrento a esa persona que considero difícil de amar?
Muchas son las razones que pueden poner a la gente en este último grupo.
Abandono, rechazo, malos hábitos, mentiras, engaño, malas decisiones, murmuración, traición, etc. Estas entre las miles que podríamos describir son parte del amplio abanico de razones que ponen a alguien en el podio de los “no aceptados” en nuestras vidas.
Muchos de ellos se ganaron ese lugar con justa razón. Somos susceptibles y vulnerables ante las acciones negativas de los demás y es lógico que levantemos barreras impenetrables a esas personas, incluso si nuestra acción en respuesta a lo que nos hicieron solo se tratara de soltar perdón sobre ellas. “¿Sólo?” te preguntarás. Claro, sé lo que estás pensando. “Perdón” es una palabra que resulta difícil de tragar si las víctimas somos nosotros.
Aquí es donde nace el meollo del escrito y donde aparece nuestra fe, nuestras convicciones, la Biblia y Jesús en el asunto.
¿Qué relación tienen el amor y el perdón? ¿Amar es una obligación? ¿Perdonar es un mandato? No me alcanzaría el espacio en este medio para citar todos los versículos dónde las respuestas son contundentes. No obstante, trataré de ser lo más práctico y conciso posible para responder estas preguntas.
La particularidad del Reino de Dios es que va contra toda idea gestada en este mundo. Es el famoso Reino del Revés y Jesús lo manifiesta en Lucas 6:32.
¿Qué mérito hay en hacer lo que todos hacen? ¿En qué punto como cristianos marcamos esa diferencia de la que tanto hablamos?. Mientras que el mundo nos estimula a amar a quienes nos aman y a odiar a quienes nos odian, Jesús nos desafía a ir un poco más allá de lo conocido o lógico en esta tierra.
Tanto amar como perdonar tienen un común denominador: Decisión.
Son mayoría las veces que no vamos a “sentir” o tener ganas de amar, ni mucho menos perdonar. Y como toda decisión, estas se nutren de una “fuerza de voluntad” que, a menudo, frente a la ofensa es lo que nos impide efectuar la decisión seguida de una acción.
Teniendo en cuenta esto, podemos pasar a la siguiente pregunta: ¿Estamos obligados a hacerlo aún si no queremos? La respuesta es afirmativa si creemos que Jesús es el protagonista de nuestras vidas. Es un mandato, y un mandato no es negociable.
Este es mi mandamiento: ámense unos a otros de la misma manera en que yo los he amado.
Ahora bien, nunca será sencillo amar y consecuentemente perdonar, pero puedo asegurarte que todo cambia cuando logramos comprender cuál es el motor que nos impulsa a lograrlo. Y ese motor trata de recordar la cruz porque fue allí donde fuimos perdonados primero.
La Cruz es el lugar donde el amor y el perdón fueron parte de una heroica decisión. Se trata de un suceso que, aunque emocionalmente puso en jaque a Jesús, no lo movió de su verdadera motivación: nuestra salvación (Juan 3:16).
A la luz de la Palabra, considero que amar, incluso a quien es difícil de amar, forma parte de un acto de gratitud a Jesús por su muestra de amor hacia nosotros, aún estando en el podio de los “no calificados”.
«Cuando la cruz es el punto de partida en mi vida, amar al prójimo (próximo a mi) se torna un privilegio porque logro ver al otro como Jesús me ve a mi».
Matías Haurich
No te olvides, vos y yo también somos difíciles de amar, aún así el abrazo del Padre nos envolvió en nuestras miserias. ¿Acaso no podría dar de gracia lo que recibí de gracia? Si declaramos ser seguidores de Él y proclamamos que lo conocemos, que también nuestro testimonio lo grite a los cuatro vientos.
Queridos amigos, sigamos amándonos unos a otros, porque el amor viene de Dios. Todo el que ama es un hijo de Dios y conoce a Dios;