A muchos de nosotros la pandemia nos demostró cuánto nos cuesta estar conectados con nuestras propias familias.
Al estar encerrados en nuestros hogares, se introdujo una nueva dinámica que nos hace convivir, compartir y estar juntos por mucho tiempo. Pero, estar presentes físicamente no termina de ser suficiente para tener una relación saludable que impulse el crecimiento integral.
En principio, todos sabemos que nuestros hijos necesitan diferentes cosas de nosotros según sus distintas etapas de desarrollo. Cuando son bebés, su dependencia total nos obliga a suplir sus necesidades inmediatas y dejar a un lado nuestra privacidad y egoísmo. Cuando crecen, la dinámica cambia y se requiere menos de nuestro esfuerzo físico y más de un enfoque emocional. Ellos ya no necesitan que se les cargue o que se les cambie la ropa, pero necesitan que escuchemos, que estemos atentos y, más que todo, presentes.
Sin embargo, para que nuestra influencia realmente tenga un impacto en la vida de nuestros hijos se necesita más que nuestra presencia física. Es más que vivir bajo el mismo techo y compartir la mesa; de hecho, en los tiempos en que nuestro trabajo nos acompañó en casa, tuvimos que aprender a navegar la dinámica con mucha sabiduría.
Hay padres que mantienen un estándar de cuidado en que ellos están completamente presentes y atentos a sus hijos el 100% de su tiempo, situación que no ayuda a que los niños crezcan ni a ser resilientes, independientes y que tengan iniciativa, pero además, en la mayoría de estos casos, los padres se equivocan en estar físicamente presentes pero totalmente distraídos.
En mi propia experiencia, confieso que me he equivocado todas las veces en que estuve viendo mi teléfono mientras mis hijos me hablaban y buscaban mi atención o ayuda. Ellos han tenido que pedir o explicar la misma cosa varias veces porque no estoy poniendo atención cuando me hablan. Cuando esto sucede, trato de reconocer mi error, pedir perdón y dejar lo que me distrae para invertir en lo que más importa.
«La pandemia nos ha dejado lecciones muy importantes como la certeza de cuánto tiempo podemos estar físicamente presentes en nuestros hogares, pero con nuestra mente y corazón en otro lugar»
David McCormick
Es impresionante que podamos convivir tanto con nuestra familia y aún sentir que no tenemos una conexión profunda. La distracción en que nos permitimos ocupar nuestra mente bloquea la conexión emocional y espiritual que anhelamos tener con las personas que más amamos.
El patrón más importante que veo en las familias que atiendo en clínica es que cuando hay padres distraídos, principalmente por la tecnología, los niños aprenden a distraerse y formar sus esquemas relacionales con la misma metodología. Los hijos aprenden que pueden estar cerca de una persona sin entablar una conversación más profunda y no poner atención. Toda esta situación puede ser abrumadora, pero hay pasos prácticos que podemos tomar para corregirla.
Reglas claras
En mi caso, no puede depender de mi propia iniciativa, dominio propio ni discreción, por lo que fue necesario implementar ciertas reglas que me ayudaran a priorizar la atención a mis hijos. Ellos no necesitan que yo esté presente todo el tiempo, pero cuando estoy con ellos busco estar 100% presente. Es decir, cuando aparto el tiempo para invertir en la vida de mis hijos, me obligo a dejar el teléfono en otro lugar donde no me va a distraer. Cuando nuestros hijos tienen este tiempo de calidad, se fortalece la confianza que tienen en nosotros y se dan oportunidades para conversar sobre los asuntos más importantes.
Confesión y rendición de cuentas
Aunque aparto tiempo en mi día para dejar el teléfono por completo, me di cuenta de que cuando tenía acceso a las redes sociales, aun con ciertos parámetros, perdía mucho tiempo que pude haber invertido en mis hijos. Entonces, comencé a confesar el pecado de la distracción y pérdida de tiempo y permitir que otras personas compartieran mi carga. Ahora, tengo a ciertas personas a quienes confieso cuando me equivoco y me animan a seguir priorizando de una forma que honra a Dios.
La distracción ha permeado nuestras vidas de tal forma que, si no tenemos una estrategia clara de cómo poner atención, terminaremos con mucha convivencia y poca conexión. Para combatir lo que nos distrae y estar presentes con nuestros hijos, necesitamos traducir la prioridad en acciones y comenzar a actuar de una manera más congruente. Así, podremos honrar a Dios con la relación que tenemos con nuestros hijos; una relación que se asemeja a la relación que Dios mismo tiene con nosotros: un Padre presente, de confianza, accesible y atento a sus hijos.