“Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte. Porque somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano a fin de que las pongamos en práctica”.
Efesios 2:8-10 Nos dice que no fuimos salvos por hacer buenas obras, sino para hacer buenas obras.
Una pregunta frecuente que abunda en el mundo y justifica a muchos es «¿por qué no voy a ganarme el cielo, si hago muchas cosas buenas?»
La verdad es que nadie que no tenga a Dios en su vida es capaz de hacer una obra realmente buena. Suena drástico, pero ¿por qué es así? Simplemente porque ningún acto humano, por más bueno que sea, es capaz de salvar de la condenación y dar la vida eterna; y para el hombre no hay nada más bueno como tener ambas.
Y aunque nosotros, la Iglesia, entendemos bien que el cielo no se gana por nuestras buenas obras, muchas veces de todas formas caemos en ese mismo error de pensamiento y buscamos ganar algún mérito por nuestro esfuerzo, cuando la realidad es que no se trata de hacer un esfuerzo para ganarse uno el cielo (porque ya lo tenemos por gracia), sino de hacer un esfuerzo para que otros conozcan esa misma gracia y ganen así también el cielo.
Es una gran responsabilidad y nuestro deber saber que nosotros, la Iglesia, somos las únicas personas en todo el mundo capaces de hacer realmente una buena obra de verdad, predicar el evangelio.