Hace un tiempo largo que venimos con este peso en la espalda, es molesto, suele dejar dolores y por sobre todo cansa demasiado.
Hoy quiero contarte la historia de un chico con un gran llamado, él es servicial, compañero, la mayoría de personas en la iglesia lo conocen por siempre estar activo y no perderse ni una sola reunión. Este muchacho era el verdadero ejemplo sobre cómo debe ser un cristiano con su compromiso y servicio. En pocas palabras, era el orgullo más grande de sus padres. Uff, orgullo de sus padres.
Y con esta frase damos inicio al mayor proceso personal de un cristiano en sus años donde por fin se convertirá en un hombre. Creo que es muy importante la guía de los padres en el crecimiento de sus hijos, está escrito y Dios no se equivoca.
Padres exigentes, ¿hasta qué punto?
¿Qué ocurre sobre la vida de un chico o chica cuando domingo tras domingo le dicen «preparate que ya vamos a la iglesia», «tenés que ser el ejemplo de todos», «no podés equivocarte, no podés fallar, no podés…» ¿Ese chico va a crecer como cristiano? La respuesta es sí, va a oír de Dios, pero muy difícilmente va a tener una relación de intimidad, una relación de padre e hijo.
Así es como comienza la parte triste de la historia de David. Él venía de una familia cristiana; domingo tras domingo asistían a la iglesia, todos en su familia participaban activamente de las actividades de la iglesia. Los padres de David tenían puestos relevantes en la congregación, ellos aconsejaban a muchas personas, guiaban, enseñaban, eran los líderes más eficientes y gozaban del respeto de sus hermanos de fe.
Un día llegó que David estaba muy confundido y lleno de dudas se atrevió a preguntarle a sus padres «¿quién es Dios?«. En ese momento toda la sala quedó atónita, sus padres se miraban a la cara con una muy grande incógnita porque jamás se esperaron semejante pregunta de un hijo criado en la fe, y le respondieron “¿cómo quién es Jesús? Jesús es a quien nosotros servimos, a quien amamos, Jesús es nuestro Dios”.
David no se sintió satisfecho, él quería una respuesta más profunda y no la encontró. Así que con una falsa sonrisa les dice que ya entendió, que sus dudas se habían ido. Pero a partir de ese día el pozo más profundo se abrió dentro del corazón de aquel chico. Al domingo siguiente y como de costumbre van a la iglesia, mientras sus padres adoraban, David no podía ni siquiera abrir sus labios para cantar, con su boca sellada empieza a pensar “¿qué hago acá? Yo no soy como ellos, siempre fui a la iglesia, pero ahora es distinto, simplemente no quiero seguir siendo parte de esto”.
Aquel día David cuando llegó a su casa tomó la decisión de dejar de ir a la iglesia y de empezar a «investigar» lo que hay por fuera de ella. Empezó a salir con nuevos amigos, se le hizo costumbre volver todos los fines de semana borracho y con olores en su ropa que demostraban cuáles eran los caminos que él ahora estaba eligiendo. David no es un chico malo, y sus papás no tienen toda la culpa, pero era muy pesada la mochila que él estaba cargando, y encima nunca pudo entender con claridad qué había dentro de aquella mochila.
Él sabía que nada de eso era bueno, pero las dudas que tenía en su cabeza fueron más grandes que los gritos de sus padres.
Sus padres nunca dejaron de servir, en aquellos días de servicio un pastor vino de lejos y entregó una palabra para cada familia de ese lugar. El pastor con firmeza y convicción les dice “¿qué hay en la mochila? ¿Cuáles son aquellos dolores internos?” Sus padres quedaron con la palabra en la cabeza, pasaban los días y esa misma pregunta les nacía desde la primera luz del día hasta la hora en que se dormían.
Llegó el jueves, el día de la limpieza familiar. Mientras David limpiaba el comedor, su madre fue a asear la habitación del chico pero, al entrar, un pequeño sentir la movilizó a mirar hacia la cama de David, y allí había una mochila negra súper pesada y llena, su mamá pensó “¿qué cosas tendrá aquí?”.
Mientras ella corría el cierre de la mochila quedó impactada. En aquella mochila solamente había un papel con una frase escrita que decía «presión familiar». En aquel momento las lágrimas de aquella madre cayeron al suelo y su llanto lo escuchó toda su familia. Al escuchar el gemido, todos corrieron hacia la madre, y el primero en llegar a aquella habitación fue David.
En ese momento la madre dijo «recién acabo de entenderlo y te pido perdón, perdón por no enseñarte de Dios verdaderamente, perdón por limitarte y transformar al cristianismo en una celda para vos. Simplemente perdón, hijo».
Ahora quiero que sepas que David no es real. Al menos no del todo. Él es una representación de muchos chicos que hoy están pasando por esta situación y quizás, sin darte cuenta, él sea una representación de tus hijos.
Está bueno que los padres nos acompañen, sí. Pero no que nos encierren, no que nos obliguen. Y la pregunta que quiero que quede hoy en tu mente si sos papá o mamá es: ¿estás guiando a tus hijos correctamente?, ¿o simplemente ellos lo hacen por inercia? ¿Ellos fueron transformados por Dios? ¿O simplemente fueron convencidos de que hay un Dios?
Y si sos el hijo o la hija que está pasando por esta situación, déjame decirte que vivir una vida como cristiano es fenomenal, no siempre va a estar todo bien, pero siempre vas a sentirte vivo y pleno. Animate a vivir y a conocer de verdad a ese Dios del que tanto hablaron.
No es lo mismo que te cuenten tus amigos de cuando se subieron a la montaña rusa, a que vos vivas ese momento de euforia y felicidad mezclada con alegría y otros tantos sentimientos y emociones juntas. Simplemente no es lo mismo.