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¿Cómo volver a la intimidad con Jesús?

Desde el principio de los tiempos, cuando Dios sopló vida sobre el hombre en el jardín del Edén, el deseo más profundo del Creador ha sido tener intimidad con su creación. Antes del pecado, antes de la vergüenza, antes de cualquier distancia, existía una relación pura, sencilla y perfecta: un encuentro cara a cara con Dios. Ser íntimos con Él es el propósito de nuestra existencia. 

El pecado no solo trajo separación o muerte espiritual; vino también a romper ese lazo íntimo que caracterizaba la comunión entre el hombre y Dios. Génesis 3 nos muestra a Adán escondiéndose del Señor, diciendo: “Tuve miedo porque estaba desnudo, y me escondí”. En ese momento, la vergüenza se convirtió en símbolo del quiebre de la confianza y la intimidad. Desde entonces, el ser humano busca cubrirse, no sólo con ropa, sino con máscaras y apariencias que ocultan el verdadero ser.

Pero Jesús vino a restaurar precisamente eso. Su sacrificio en la cruz no solo limpia nuestros pecados; nos devuelve el acceso a la relación íntima que se perdió en el Edén. Él no busca solo seguidores o discípulos; busca amigos, busca una novia apasionada, una Iglesia que anhele su presencia más que cualquier otra cosa. En palabras de Apocalipsis 3:20: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él, y él conmigo”. Ese llamado sigue vivo hoy.

El libro de Cantares retrata este deseo divino en una escena conmovedora. En el capítulo 5, la amada oye a su amado llamar a la puerta, pero duda, se demora, y cuando finalmente abre, él ya se ha ido. Cuántas veces nos ocurre lo mismo: el Señor llama suavemente a nuestro corazón, pero nuestras ocupaciones, nuestra comodidad o nuestras heridas pesan más que dar pasos hacia la puerta para abrirle. Cuando por fin lo hacemos, sentimos el vacío de su ausencia y comprendemos que habíamos perdido el hambre de su presencia. De ahí que un corazón de intimidad sea un corazón despierto, vulnerable, sin máscaras, dispuesto a dejar que Dios vea lo más profundo nuestro ser. Es un corazón que ha decidido volver al primer amor, aquel que no teme ser visto tal como es, porque sabe que en esa exposición no hay condena, sino sanidad y comunión.

Quiero preguntarte, ¿cuánto deseas verle cara a cara? Moisés respondió a este deseo cuando levantó la “tienda de reunión” fuera del campamento. Mientras el pueblo se quedaba mirando desde lejos, él entraba a ese lugar apartado, donde hablaba con Dios “cara a cara, como quien habla con un amigo” (Éxodo 33:11). Esa escena revela algo poderoso: la intimidad requiere separación de la multitud, un corazón dispuesto a dejar la comodidad para buscar el rostro del Señor. Moisés quería conocer el corazón de Dios.

Hoy, esa misma invitación está abierta para nosotros. No necesitamos una tienda ni un mediador humano, porque Cristo, el postrer Adán, nos abrió un camino nuevo y vivo hacia el Lugar Santísimo. Su sangre rasgó el velo, y ahora tenemos acceso directo a la presencia de Dios. Hebreos 10:22 nos exhorta: “Acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura”.

Ser íntimo de Dios no es una meta reservada para unos pocos, sino el llamado abierto a todo aquel que fue creado a su imagen. Su Espíritu clama en nosotros: “Ven”. Y la Iglesia, su esposa, responde con el mismo anhelo: “Ven, Señor Jesús” (Apocalipsis 22:17). Al final de la historia (o el comienzo de lo mejor), encontraremos las bodas del Cordero. Es la unión definitiva entre Cristo y su Iglesia, cuando toda distancia desaparezca y vivamos por siempre en perfecta intimidad con Él.

Mientras esperamos ese día debemos mantener encendido el fuego del primer amor, construir nuestra propia “carpa de reunión” en medio del desierto y despertar hambre en otros por la presencia de Dios, ¿quieres hacerlo?

Marta Durán
Marta Durán
Nació en Cádiz, en un pequeño pueblo del sur de España. Licenciada en Periodismo y Márketing Digital, su gran pasión siempre ha estado entre sus manos desde temprana edad: observar el mundo desde tras la cámara. Ahora, su corazón arde por exaltar a Jesús en sus diferentes formas de expresión de arte y que su nombre sea afamado.

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