Además de parecerse a los padres en lo físico, por herencia nuestros hijos llevan nuestros genes, también les transmitimos nuestra pasión, convicciones, valores morales, espiritualidad o incluso falta de ella. Piensa en esto, si tus hijos decidieran hoy adorar a tu Dios, a qué dios adorarán. ¿Al dios dinero?, ¿al dios ego?, ¿al dios lujuria?
El hecho es que todos fuimos creados para adorar, pues en el interior llevamos esa necesidad de asombrarnos delante de algo más grande que nosotros mismos. Esa necesidad puesta por Dios convierte a nuestros hijos en adoradores natos. Entonces, la pregunta no es si adorarán o no, la pregunta es ¿a quién o a qué adorarán?
Aquí nace el peligro, si en los primeros años de vida no logramos que esa necesidad de asombro y pasión sea Dios, terminarán adorándose a sí mismos, al dinero, prestigio o al mismo enemigo.
Nuestros hijos deberían poder tocar a Dios en nuestros hogares, es decir, experimentarlo en la vida diaria.
Donald Franz, pastor y consejero familiar
Esta es exactamente la razón por la cual muchos hijos de padres creyentes abandonan las convicciones de estos, sencillamente porque no han visto vida genuina en la relación de sus padres con el Señor, sino más bien un apático ritual de domingo.
Graba esto en lo más profundo de tu ser: nuestra prioridad como padres debe ser que cada uno de nuestros hijos antes de dejar nuestro hogar tenga su experiencia personal con Dios, y no que simplemente abracen nuestro sistema de creencias.
“Voy a servir al Dios de mi padre”
Hace algunos años escuché al Dr. Myles Munroe hablar sobre este tema, y desde entonces vengo orando para que Dios me permita antes de partir de este mundo escuchar de cada uno de mis hijos esta frase.
Lastimosamente muchos jóvenes adoran al Dios de sus padres de manera distante, pero no lo adoran en forma personal, esto se debe a que nunca han tenido un encuentro genuino con Él. No existe tal cosa como la relación con Dios por medio de terceros. Él es un Dios personal, no tiene nietos, solo hijos.
A partir de hoy, ora para que tus hijos tengan un encuentro con el Señor como lo tuvo Jacob, Job y tantos otros en la Biblia. ¡Ojo! Tal vez sean ustedes mismos como padres quienes necesitan un encuentro con Dios para que desde su experiencia personal impartan sobre sus hijos dicha bendición.
Una experiencia de primera mano con Él, por parte de los padres, hará que los hijos abracen a Dios en lugar de simplemente adoptar la religión de aquellos.
Donald Franz, pastor y consejero familiar
La mayor prueba de esto fue el éxito de los primeros discípulos de Jesús en transmitir su fe. Observemos lo que dijo el apóstol Juan (1 Juan 1.1-3, RVR1960):
Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocantes al Verbo de vida (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó); lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo.
Subraya estas palabras: «lo que hemos visto… oído… y palparon nuestras manos, les anunciamos…«.
Estas palabras hablan de una observación, no de algo que se leyó en un libro o se oyó de la experiencia de otro. Juan lo expresa desde la vivencia de un testigo presencial que tuvo una experiencia de primera mano que lo habilita para compartir su fe en Cristo de una manera única. De lo contrario estaría mintiendo, dando supuestos, así sería un testigo falso.
Para pensar:
- ¿Con qué frecuencia les hablas a tus hijos de tu experiencia o de tu caminar con Dios, tus oraciones contestadas, etc.?
- ¿Has escuchado su oración personal?
- Jesús dijo: «de lo que abunda en el corazón habla la boca«. Si tus comentarios o charlas con tus hijos sobre temas espirituales son escasos, quizá se deba a que en tu corazón abundan otras pasiones.