Cuando te toque partir de esta tierra hacia la eternidad, vete vacío, gastado, usado, cansado, con las rodillas gastadas, sin voz, sin reservas, sin nada, habiendo dado todo, habiendo orado como si todo dependiera de Dios y trabajado como si todo dependiera de ti.
La vida no está para vivirla en seguridad y comodidad, sino para ir al extremo, arriesgar y usar cada gota de energía que nos queda para glorificar el nombre de Jesús en esta generación. Cada noche cuando te acuestas a dormir, pregúntate, ¿cuántas calorías he gastado hoy por Jesús y su Reino? No tengas miedo de dar, si estás acudiendo cada día a la presencia de Dios y llenándote de Su palabra, no tengas miedo a dar, pues cuanto más des, más Dios te llenará.
Pablo habla de esto cuando menciona en 1 Corintios 9:24-27 “No saben que los que corren en el estadio, todos en verdad corren, pero sólo uno obtiene el premio? Corran de tal modo que ganen. 25 Y todo el que compite en los juegos se abstiene de todo. Ellos lo hacen para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. 26 Por tanto, yo de esta manera corro, no como sin tener meta; de esta manera peleo, no como dando golpes al aire, 27 sino que golpeo[m] mi cuerpo y lo hago mi esclavo, no sea que habiendo predicado a otros, yo mismo sea descalificado”.
No se trata solo de correr por Dios, sino de correr con todo lo que tenemos, a veces sin darnos cuenta que en nuestro caminar con Dios, podemos caer en estilo de vida espiritual de trote, donde ya nos hemos acostumbrado a ese ritmo, y nos movemos en piloto automático. Volvamos a correr como si nuestras vidas dependieran de ello.
Cuando tenemos esta mentalidad de victoria, nos abstenemos y evitamos cualquier cosa que pueda perjudicar mi caminar con Dios, aun cuando eso no sea necesariamente pecado, aun asi lo evitamos por amor a Cristo y su Reino. Recordemos día y noche la esperanza de gloria que nos espera, esa corona incorruptible que nunca se marchitará ni se oxidará.
Cuando vivimos con el conocimiento del peso de la eternidad en nuestras vidas, nada de esta corta y temporal vida compite con la gloria del reino de Dios. Jonathan Edwards, posiblemente el más grande predicador y teólogo de la historia, conocía esta necesidad de recordar, y oró: «Señor, estampa la eternidad en mis ojos”.
No corremos sin meta, tenemos una meta clara y firme, la eternidad con nuestro Salvador y Señor Cristo Jesús. En el proceso, probablemente tendremos que golpear nuestro cuerpo varias veces, llorar algunas otras, pero nunca permitir que nuestros cuerpos nos dicten hasta donde llegar. Y para esto, Dios en su gran misericordia nos ha dado el regalo más precioso de todos, su dulce Espíritu, para ayudarnos, guiarnos, consolarnos, reprendernos y fortalecernos en medio de la carrera.
Espíritu Santo, no permitas que tire la toalla, no me dejes acomodarme, incomódame y empújame a dar más por Dios, dame las fuerzas para no desistir y permanecer firme, ayúdame a morir vacío, habiendo dado cada gota de mis esfuerzos por el avance del Reino de Dios en medio de mi familia y ciudad. Juntos, Espíritu Santo, permaneceremos firmes hasta el fin.