En un mundo acelerado y con una cultura saturada de actividades, la Iglesia corre el riesgo de medir su éxito por la cantidad de eventos que organiza. Festivales, conferencias y conciertos pueden llenar los espacios, pero, ¿realmente cumplen con el mandato de Cristo? La respuesta es clara, aunque incómoda: la Iglesia no crece por eventos, sino por discípulos que hacen discípulos.
El mandato de Jesús: hacer discípulos
En Mateo 28:19-20, Jesús nos dejó una misión que va más allá de cualquier evento: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones…”. Esta es la esencia del crecimiento espiritual y de la expansión del Reino de Dios. Aunque las reuniones y actividades tienen un propósito, el verdadero impacto ocurre cuando cada creyente entiende que el discipulado es un llamado personal, no solo una responsabilidad pastoral.
Jesús no pasó su ministerio organizando eventos masivos, sino invirtiendo en personas. Les enseñó, las guió y las formó para que, a su vez, hicieran lo mismo con otros. La multiplicación en el Reino de Dios ocurre a través de relaciones personales, no de encuentros multitudinarios.
Discípulos que hacen discípulos: el motor del crecimiento espiritual
El discipulado es más que asistir a un evento; es un proceso continuo de transformación. Un creyente maduro en la fe no solo crece individualmente, sino que también se convierte en un multiplicador del mensaje de Cristo. La Iglesia crece cuando se establece una cultura de discipulado genuino, donde cada miembro comprende su rol como agente de transformación.
La expansión del evangelio no se mide solo en números, sino en profundidad. Cuando los cristianos viven su fe de manera auténtica, impactan su entorno y llevan el mensaje de Jesús a otros, generando un efecto multiplicador.
Los eventos: herramientas, no el fin
Los eventos pueden ser una excelente herramienta para reunir personas, adorar juntas y compartir el mensaje de Cristo. Sin embargo, su propósito debe ser claro: impulsar a los asistentes a una relación más profunda con Dios y con otros creyentes.
Por ejemplo, un evento de jóvenes no debería enfocarse solo en el entretenimiento, sino en motivar a los participantes a involucrarse en grupos pequeños, mentorías y relaciones discipulares que trasciendan la actividad en sí. La meta no es solo asistir, sino vivir el discipulado en el día a día.
Si tu fe no te transforma, solo es religión
La verdadera fe transforma vidas. Jesús no vino a establecer un sistema de reglas, sino a cambiar corazones. Si una persona asiste a eventos pero su vida sigue igual, su fe se reduce a una práctica religiosa vacía.
Un discípulo auténtico no solo cree en Dios, sino que refleja su carácter en su vida diaria. Esa es la evidencia de una fe genuina: vivir de manera diferente porque hemos sido transformados por Cristo.
La Iglesia no crece por la cantidad de eventos que organiza, sino por la calidad de discípulos que forma. El verdadero impacto ocurre cuando cada creyente entiende su rol y se compromete a hacer discípulos. Eventos bien enfocados pueden ser herramientas útiles, pero la clave del crecimiento está en una vida de discipulado genuino.