Hablar de quebrantamiento no es sencillo. Implica recordar el dolor, la pérdida y los momentos en los que sentimos que nuestra vida se derrumba. Pero es precisamente en esos momentos cuando Dios obra con mayor poder. La Palabra de Dios nos muestra que el quebrantamiento es un proceso necesario para la transformación espiritual.
El Ejemplo de Jacob: Un Hombre Roto y Restaurado
Desde su nacimiento, Jacob estuvo marcado por el conflicto y la lucha. Su historia, narrada en el libro de Génesis, nos muestra a un hombre que utilizó su astucia para suplantar a su hermano y obtener la bendición de su padre (Génesis 27:1-29). Sin embargo, Dios tenía un plan mayor para él. A través del sufrimiento y la prueba, Jacob fue quebrantado hasta quedar sin fuerzas, completamente dependiente de Dios.
En Peniel, Jacob luchó con el ángel del Señor hasta que su muslo fue tocado y quedó cojo. Fue en ese momento de vulnerabilidad cuando recibió una nueva identidad: Israel, «el que lucha con Dios y vence» (Génesis 32:22-31). Este cambio no fue superficial; fue el resultado de un proceso en el que su orgullo y autosuficiencia fueron desmantelados.
«Dame, hijo mío, tu corazón, y miren tus ojos por mis caminos» (Proverbios 23:26, RVR60). Dios anhela que le entreguemos el corazón, pero a menudo solo lo hacemos cuando no nos queda nada más que ofrecer.
El Polvo como Punto de Partida
La autora Lysa Terkeurst menciona que, a veces, Dios nos reduce a polvo. «El polvo no tiene por qué significar el final. A menudo tiene que estar presente para que algo nuevo se inicie». En Génesis 2:7, Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y en Juan 9:5-6, Jesús utilizó polvo para sanar a un ciego. El polvo no es un símbolo de destrucción, sino de un nuevo comienzo en las manos del Alfarero: «A pesar de todo, Señor, tú eres nuestro Padre; nosotros somos el barro, y tú el alfarero. Todos somos obra de tu mano» (Isaías 64:8).
El Quebrantamiento Nos Lleva a una Relación Más Profunda con Dios
El sufrimiento nos enseña empatía, pero más que eso, nos lleva al quebrantamiento, un estado en el que reconocemos nuestra total dependencia de Dios. «Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados» (Isaías 57:15, RVR60).
El dolor puede acercarnos a Dios o endurecer nuestro corazón. Todo depende de nuestra actitud. Si nos rendimos ante Él, nos convertimos en barro moldeable en sus manos. Si resistimos, nos condenamos a una lucha interminable contra su voluntad.
Un Testimonio de Restauración
Recuerdo cómo el diagnóstico de cáncer de mi esposa derrumbó todos mis planes. Verla sufrir, intentar mantener la fe y cuidar de nuestros hijos pequeños fue una prueba devastadora. Sentí que mi vida entera se había reducido a escombros. Pero Dios, en su misericordia, no permitió que esa fuera la última palabra.
Pasé por un proceso de quebrantamiento profundo, en el que mi orgullo y mis propios planes quedaron destruidos. «Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dice Jehová» (Isaías 55:8). Fue un tiempo de duelo, pero también de aprendizaje. Dios usó ese polvo para reconstruirme.
Hoy, con una nueva familia y restauración, veo cómo Dios transformó mi quebranto en testimonio. La clave estuvo en rendirme completamente y permitirle trabajar en mí. «Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación» (Mateo 5:4).
El quebrantamiento no es el final, es el principio de algo nuevo. Cuando nos rendimos, Dios nos transforma y nos usa para su gloria. Si hoy sientes que estás en medio del dolor, recuerda que el Alfarero está trabajando. «Yo habito con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes» (Isaías 57:15).