¿Cómo podemos los padres recuperar un lugar perdido? ¡Estando presentes! Eso es lo que la sociedad en la que vivimos nos demanda todos los días y cada vez más. Presentes en el trabajo y si es con un compromiso creciente, mejor. Presentes en las iglesias, en cuanta actividad que se proponga, y si podemos estar en todas, mejor. Presentes en las redes sociales, porque si no estamos en ellas sentimos que quedamos del lado de afuera, y nadie se quiere así.
Lo cierto es que como nuestro tiempo es limitado, el que invirtamos en un lugar, lo dejaremos de hacer en otros.
No se puede estar en todos lados, no tenemos la omnipresencia de Dios, y aunque quisiéramos se afectará algún aspecto de la vida. Sin embargo, por alguna extraña razón, los padres tenemos la sensación de que en el lugar donde nuestra presencia se hace menos necesaria es en la familia. Y ahí se origina nuestro tema: padres ausentes.
La ausencia de los padres en la vida de los hijos no es algo que lo puedan identificar ellos mismos, sino que son los hijos quienes, a partir de sus vivencias personales, pueden reconocer si experimentan el vacío presencial de sus progenitores.
Tipos de ausencia
Podemos identificar algunos de ellos:
–Ausencia física: se da cuando uno o ambos padres pasan demasiado tiempo lejos de sus hijos por trabajo, ministerios o inclusive por situaciones que no se pueden predecir, como la enfermedad de algún ser querido o la presencia de un familiar que necesite atención especial.
–Ausencia afectiva: en la gran mayoría de los casos, a la ausencia física le sigue la afectiva. Sin embargo, también se dan casos de padres presentes físicamente, pero ausentes en lo afectivo, en la demostración de cariño, de emociones que los hijos necesitan experimentar en la relación con sus padres.
-Ausencia psicológica: este aspecto tiene que ver con la necesidad de afirmación, reconocimiento y participación en la vida familiar que se les puede permitir a los hijos. Ignorarlos, olvidarlos, desestimarlos puede hacerles tanto daño como cualquier otro tipo de ausencia. Recordemos la angustia de “mi pobre angelito” al descubrir que su familia numerosa lo olvidó, y no solo una vez, sino dos.
-Ausencia educativa: esto sucede cuando los padres no tienen ningún tipo de intervención en la educación de sus hijos, ya sea formal como no formal. Sobre todo en estos tiempos de actividades extracurriculares ya que muchos padres consideran que para criar y educar a los hijos se debe ser profesional. Por lo tanto, dejan la educación de sus hijos en manos de otros, en el mejor de los casos, en el peor, en las manos de nadie.
-Ausencia espiritual: en este punto se hace referencia a hogares donde la formación y desarrollo espiritual de los hijos es abandonada por los padres y depositada en la iglesia, la comunidad de fe o maestros de programas de educación cristiana. Con ellos, los hijos comparten muy poco tiempo semanal, entonces, la oración, la lectura de la Biblia y la educación de valores y principios se remite a los días de fin de semana.
Buenos y malos ejemplos bíblicos
En la Biblia encontramos el enigmático caso del gran rey de Israel, David, a quien reconocemos como el más grande referente de la monarquía en tiempos bíblicos; no solo en su carácter de mandatario, político y estratega. Su testimonio de humildad, espiritualidad y temor a Dios lo convirtió en el modelo de fe y conducta para los sucesivos reyes de Israel.
Sin embargo, su éxito en la gestión pública no se refleja en su rol de padre. En 2 Samuel: 13—14 se relata la triste historia donde uno de los hijos del rey David abusó de su media hermana Tamar para luego rechazarla sin ningún tipo de remordimiento. La única reacción de David que cuentan las Escrituras fue que “El rey David, al enterarse de todo lo que había pasado, se enfureció” (2 Samuel 13:21).
Solo eso, fue una rabieta del momento, no defendió a su hijo, no habló con sus hijos, como si hubiese pretendido olvidarlo y dejar que el tiempo enmiende. Esto podría ser una característica de cualquiera de los tipos de ausencias antes mencionadas.
A las heridas de Tamar, su hermano Absalón le agregó la presión de callar lo acontecido para orquestar la venganza. Tiempo después esta desencadenaría la muerte del hermano abusador por órdenes de Absalón. Tampoco ahí el rey tuvo ningún tipo de injerencia y el dolor entre ellos siguió en crecimiento.
Pero, también la Biblia relata otros casos de padres que sí estuvieron muy cerca de sus hijos:
José y María estuvieron muy cerca de Jesús en su tiempo de crianza, por lo que podemos considerar en los pocos episodios de su niñez que encontramos en los evangelios.
Los padres cumplieron con todos los requisitos de la Ley en lo que concierne a la circuncisión del niño al octavo día, a enviarlo a la sinagoga desde los 6 a los 12 años. Esto puede inferirse a partir de las costumbres de aquella época y de la preparación que Jesús recibió para que a sus 12 años se presentara en el templo y rindiera el examen para ser “un hijo de la Ley”.
Además, la desesperación que se aprecia al leer el episodio en que José y María perdieron al muchacho en la caravana regresando de Jerusalén, evidencia el compromiso asumido como los padres terrenales de Jesús (Lucas 2:21-52).
Esto puede inferirse a partir de las costumbres de aquella época y de la preparación que Jesús recibió para que a sus 12 años se presentara en el templo y rindiera el examen para ser “un hijo de la Ley”. Además, la desesperación que se aprecia al leer el episodio en que José y María perdieron al muchacho en la caravana regresando de Jerusalén, evidencia el compromiso asumido como los padres terrenales de Jesús (Lucas 2:21-52).
Otro es el caso de Timoteo, un joven muchacho de madre judía y padre griego (Hechos16:1), quien fue reclutado como discípulo del apóstol Pablo. Pese a que no sabemos nada acerca de su padre, sostener que estuvo ausente en la crianza de su hijo sería mera especulación. Lo que no resulta especulación es la presencia de su madre Eunice y su abuela Loida, quienes se encargaron de su formación en las Escrituras gracias a la cercanía Timoteo (2 Timoteo 2:15).
El último ejemplo que podríamos observar, y el más significativo, trata del mismo Dios, quien se revela a través de toda la Biblia, y sobre todo en el Nuevo Testamento, como Padre. De todas las promesas que Él ofrece la más repetida, cumplida y real tiene que ver con estar presente.
Lo más tangible de su presencia fue la persona de Jesucristo quien viviendo entre nosotros manifestó en su máxima expresión el sentido del nombre Emanuel. Por lo tanto, desde Dios, pasando por varios buenos ejemplos que encontramos en la Biblia, es que podemos recibir consejos y aliento sobre lo que implica ser padres presentes.
Sugerencias prácticas para afianzar la presencia de los padres en la vida de sus hijos
No haga promesas: mejor que atarse a una promesa y no poder cumplirla, es sorprender con lo inesperado para nuestros hijos, sobre todo cuando ya se tiene fama de acumular expectativas que se hicieron falsas. No prometamos “estar” si no hay seguridad de cumplir, aun así, revirtamos las ausencias sin la necesidad de mediar tantos augurios.
Presente un día a la vez: las grandes guerras se ganan solo a partir de pequeñas victorias. Los largos viajes comienzan con el primer paso; por lo tanto, recuperar el lugar en el tiempo y en la vida de nuestros hijos será un asunto diario.
Esfuércese por hacerlo un día a la vez, sin abrumar, sin fingir, sin terminar en el otro extremo de la ausencia: la sobre protección. Sea sincero en demostrar el interés de cambiar.
Hágalo en cortos momentos al principio, sus hijos reconocerán sus intenciones genuinas y recuperará su lugar perdido.
Reorganice sus actividades: revise sus ocupaciones, repase su agenda, ordene su tiempo en función de sus prioridades. Si pretende que sus hijos vuelvan a ocupar el lugar que merecen aparte tiempo de su día de actividades para ellos.
Reconozca que los hijos son uno de los mayores tesoros prestados por Dios: recuerde las palabras del salmista “Los hijos son un herencia del Señor” (Salmo127:3). El tiempo pasa volando y el crecimiento de nuestros hijos también, y en el momento menos pensado se hacen grandes y abandonan el nido.
Para finalizar, se hace necesario reflexionar que la presencia de los padres en la vida de sus hijos los convertirá en personas seguras, confiables.
Amarán y valorarán tanto la familia que el día que tengan la suya propia, buscarán revivir el modelo virtuoso y cercano que vieron en sus padres.
A eso cabe agregar cuánta vida, energía y satisfacción experimenta cada padre y cada madre mientras disfruta ocupando tan preciado lugar junto a sus hijos.