Sufrió la discriminación de su entorno hasta que se animó a contar su historia

Para muchos de nosotros, el 20 de abril de 2008 fue un día más de tantos otros, sin embargo,  para ella sería un día bisagra, el día que cambiaría su vida para siempre. Liliana Méndez, de 22 años, y quien entonces era su marido, dejaron a sus hijas de 3 y 5 años con sus abuelas para asistir a un cumpleaños. Al regresar, en su Ford Falcon azul, los sorprendería la tragedia, un choque feroz contra un poste de luz de cemento en el que su auto se partió en tres pedazos.

Mi exmarido siempre manejaba a alta velocidad, al pasar por el puesto policial le grité “¡Guarda!”. Pero ya era tarde. Recuerdo todo, el auto empezó a girar y al impactar la columna, salí despedida y fui deslizándome por el asfalto como una bolsa de papas. Acostada boca arriba, abro los ojos, tenía quemaduras y lastimaduras y toda la boca llena de piedras, pero lo peor fue que cuando me quiero sentar veo que me faltaban las dos piernas, fue la peor sensación. 

Mi exmarido me decía que aguantara, que no lo dejara, que no me muriera. Enseguida llegó un policía, quien me hizo un torniquete en ambas piernas y me salvó la vida. Recuerdo que estuve un tiempo sobre el asfalto y me pegaban en las mejillas para que no me durmiera. Me acuerdo lo difícil que fue que me subieran a la ambulancia porque pensé que me caía, y al llegar al hospital, gente corriendo para todos lados. Me llevaron al quirófano, me hicieron un par de preguntas y me durmieron. (Liliana Méndez)

El Falcon partido en pedazos y el poste de luz en el suelo.

Esa noche, el Sargento Primero Javier Artán y su compañero salieron a patrullar: 

Eran las 4 de la mañana, aproximadamente, cuando nos avisan de la comisaría que había ocurrido un accidente. Al llegar veo entre la gente a una persona en el suelo cubierta de sangre, pero lo que más me impresionó fue que no tenía las piernas. Al ver que tenía cortada la arteria femoral, le saqué el cinturón y le hice un torniquete en una pierna, y con una gamucita que tenía en el móvil en la otra. (Sargento Primero Javier Artán)

Despertar

Al despertar, lo primero que pensé fue: no me puede estar pasando esto, no soy yo, estoy en un mal sueño y en algún momento me voy a despertar… Y cuando volvía en mí me ponía a pensar en qué había pasado y le preguntaba a mi mamá que día era y cuánto tiempo había estado dormida, fueron días de mucho dolor. 

El dolor físico era inaguantable a pesar de los calmantes, pensaba que me moriría del mismo dolor. Pero no era solo el dolor físico, sentía un gran dolor en el corazón, mucha tristeza, porque por más que me llenaban la habitación de osos, flores, regalos y chocolates, yo sentía que nada iba a llenar eso que a mí me faltaba. Fueron días muy grises, el duelo de lo que ya nunca iba a ser igual. (Liliana Méndez)

Su kinesióloga cuenta que la rehabilitación fue difícil, les llevó un año trabajando conjuntamente con el área de psicología. Una vez terminada la cicatrización, le hicieron unos vendajes cónicos y empezaron a amoldar sus piernas con pilones para colocarle prótesis. Trabajaron en el fortalecimiento de la musculatura y a los seis meses empezó a caminar con prótesis. 

Discriminación y vergüenza 

El accidente había sido tan conocido en la ciudad de Trelew que muchos ya sabían la historia de “la chica del accidente”, pero pocos conocían lo que Liliana vivía en lo más íntimo: el dolor, el enojo y la tristeza invadieron su vida, nadie conocía su historia puertas adentro, mucho menos cómo era su nuevo cuerpo.

En mi ciudad el accidente causó un gran estruendo y no es común acá ver a alguien con prótesis. Incluso, a quien era mi esposo en ese entonces, le daba mucha vergüenza estar conmigo. Entonces hacía lo posible por esconder mis piernas, me hacía rellenar las prótesis con goma espuma y me ponía pantalones muy largos que me tapaban hasta las zapatillas, quería que pensaran que tenía algún problema en la cadera, simplemente. 

Yo sufría mucho el tema de la discriminación, no solo de MI EXMARIDO, sino de las miradas y comentarios de todos.

Liliana Méndez, miembro del movimiento Atletas de Cristo.

Cinco años después del accidente nació Francesca, mi tercera hija, pero al poco tiempo me separé y fue a partir de ahí que pude salir de ese círculo que me hacía mucho mal. Fueron momentos muy dolorosos, el proceso fue duro porque me quedé sola, con tres hijas y sin trabajo. Empecé a aceptar lo que me había pasado, yo no lo había elegido, pero tenía que salir adelante a partir de lo que tenía. 

Pude empezar a trabajar, pero lo más importante fue que decidí sacar la goma espuma de las prótesis y quedaron los fierritos pelados. Al principio no fue fácil porque tuve que acostumbrarme a que siempre estaba todo el mundo mirando.

En mis redes sociales tenía pocos amigos y siempre me sacaba fotos de la cintura para arriba. Un día me puse una pollera y le dije a mi hija: “Sácame una foto”. Ella abrió los ojos grandes y me dijo “pero mamá, se te ven”. Subí la foto a mi cuenta de Facebook. Y ahí empecé a contar mi historia por primera vez(Liliana Méndez)

Liliana luchó con la discriminación, hasta que decidió mostrarse y contar su historia en Facebook.

De avergonzada a deportista

Antes del accidente nunca había hecho deporte. Un día estaba en la playa en Puerto Madryn, hacía mucho calor, me quería meter al agua y no podía porque todo el mundo me miraba. Entonces me alquilé un kayak, me metí adentro y me saqué las prótesis, fue una de las mejores sensaciones. 

Estando dentro de ese bote de fibra nadie me veía y no sabían si me faltaban las piernas o no y disfrutaba de la libertad de poder remar y trasladarme en el agua sin tener que pedirle ayuda a nadie. Me gustó tanto que me anoté en un club de remo, aunque tiempo después tuve que dejarlo por los horarios del trabajo. Luego, algunos padres de la Fundación Jean Maggi (organización privada sin fines de lucro creada para contribuir y aportar ayuda a los niños con discapacidad a través del deporte) me regalaron una bicicleta de paseo, y con unas pequeñas reformas la adapté para competir. (Liliana Méndez)

Liliana Méndez relata que hacer kayak la ayudó muchísimo luego del accidente.

Compitió por primera vez en una carrera de balsas en Corcovado, y fue ahí en donde conoció a quienes hoy conforman junto a ella un equipo de personas amputadas, llamado “Los Cuatro Mosqueteros”. Compiten en tetratlón: cuatro pruebas combinadas con entrega de postas, en las que Lili hace canotaje y los otros pedestrismo, bicicleta y esquí. Lili cuenta “yo soy muy competitiva y a veces mis compañeros me tienen que parar, me dicen: ‘tranqui que nosotros ya ganamos en la vida’”. 

Su relación con Dios

Cuando yo era chiquita iba mucho a lo de mis primas, pasaba mucho tiempo con ellas y recuerdo que mi tío nos llevaba a la iglesia y nos sentábamos todas en primera fila. Pero en mi adolescencia empecé a hacer otros amigos y me alejé de Dios.

El día del accidente yo sentía que si me moría no me iba a ir con Dios, sabía que tenía que reconciliarme,  por lo que en ese mismo momento le pedí perdón y le dije que me llevara, pero el Señor no quiso. 

Un tiempo después del accidente empecé a ir con mis primas a la iglesia en silla de ruedas. Le agradecía a Dios por estar viva, pero todavía cuestionaba y me sentía lejos de Él. Mi tío, quien era el pastor de la iglesia, enfermó de un cáncer de garganta y perdió el habla, y me escribía en un papel una frase que para mí era muy fuerte, decía: “¡Él nunca va a cambiar!”.

Muchas veces me encontré en el piso diciéndole al Señor: “¡Ya basta, hasta cuando!”, sin embargo, reconozco que Él siempre ha sido fiel conmigo. Para mí, Dios es vida. El día del accidente la sangre de Jesús pasó por mi cuerpo, no solo para obrar en mi físico, sino también para reconciliarme con Él y sanar mi espíritu y mi corazón. (Liliana Méndez)

Hoy puedo manejar, andar en bici, en kayak, trabajar y hacer un montón de cosas, siento que Dios me da fuerzas, con Él todo es más fácil.

Liliana Méndez, miembro del movimiento Atletas de Cristo.
Otra perspectiva de la vida

Casi trece años después del accidente, Lili ve la vida con otros ojos. Es miembro del movimiento Atletas de Cristo, siendo de inspiración para muchos deportistas. Hace tres años está en pareja con Pablo Perrotta, un joven profesor de crossfit.  

Es lindo estar con alguien que no sienta vergüenza de ti. Amo a Pablo, lo admiro, es mi compañero. 

Liliana junto a Pablo, su pareja desde hace 3 años.

Yo estoy viva, y todo lo que viví después del 2008 para mí ya es ganancia, más allá de que tenga problemas y situaciones y a veces con una discapacidad todo es más difícil, aun así, todo es ganancia. Entiendo que para cada uno su situación es la peor, pero veo muchos jóvenes que se hacen demasiado problema por cosas que no son importantes. (Liliana Méndez)

Les cuento que más allá de que hoy no tenga mis piernas, la vida es hermosa.

Liliana Méndez, miembro del movimiento Atletas de Cristo.

Sé que mis palabras se las lleva el viento, pero la Palabra de Dios es la que transforma, por lo que no es solo contar un testimonio, sino que trato de aprender a escucharlo a Él. 

En cada carrera veo cómo el Señor me usa, hay personas que me dicen que pudieron terminar porque yo las inspiré, la gente se me acerca en cada competencia y tengo la posibilidad de hablar de Dios. (Liliana Méndez)

Mi mama es un robot

Mis hijas mayores tenían 3 y 5 años cuando ocurrió el accidente y ellas vivieron todo el proceso conmigo, pero Francesca nació y siempre me vio así. Una vez me dijo: “Yo no quería una mamá sin piernas como tú”, porque algo le decían en el colegio, entonces le respondí: “pregunta a tus compañeros quién tiene una mama robot”, y Francesca me dijo: “ah sí, ¡tienes razón!”. (Liliana Méndez)