La primera experiencia con Jesús sella nuestra vida y produce un cambio en nosotros para siempre. ¡Qué importante es que no nos olvidemos de aquel día! Que recordemos cuando le pedimos a Jesucristo que entre a nuestro corazón y nos decidimos servir al Señor.
Al hacerlo, no solo revivimos aquel encuentro, sino que estamos permitiendo que el río de Dios nos inunde. Y debemos trabajar en que nada nos haga perder esa llenura, porque somos los responsables de permanecer en la plenitud de Dios en cada momento. Por eso, hoy quiero hablarles de la consagración, para que puedan vivir llenos de Cristo. Porque, si cada uno de nosotros se consagra a Dios para amarlo, servirlo y hacer su voluntad, sin duda Él obrará a través de todos nosotros como Pueblo.
No crean cuando dicen: “Lo dejo todo por irme a servir”. Por el contrario, debemos buscar la voluntad de Dios aun con el poco tiempo que dispongamos a diario. Debemos ser siervos de Jesús, de su gloria, recordando la gran comisión que dejó para su Iglesia.
Los invito a que juntos leamos Marcos 16:15-18.
“Les dijo: ‘Vayan por todo el mundo y anuncien las buenas nuevas a toda criatura. El que crea y sea bautizado será salvo, pero el que no crea será condenado. Estas señales acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios; hablarán en nuevas lenguas; tomarán en sus manos serpientes; y, cuando beban algo venenoso, no les hará daño alguno; pondrán las manos sobre los enfermos, y estos recobrarán la salud’”.
Cómo servir mejor al Señor
El centro de la vida de un hijo de Dios debe ser que aquellas criaturas que no conocen a Jesús lo conozcan. Porque, cuando conocen al Señor y lo aceptan en sus corazones, pasan a tener el derecho de ser también hijos de Dios. Y, para ser hijos de Dios, lo que necesitamos es tener un encuentro con Jesús; lo mismo que explicaba al comienzo. Cuando las personas reconocen a Jesús como su Salvador, asumiendo sus errores y pecados, conquistan la misma potestad de ser Hijos de Dios. Y como hijos del Padre, somos herederos y coherederos en Cristo Jesús.
La Biblia nos declara en el Salmo 103:2-3: “Alaba, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios. Él perdona todos tus pecados y sana todas tus dolencias”
Al igual que el salmista, no olvidemos todos sus beneficios, porque él es quien perdona todos los pecados y sana todas las dolencias.
¡Jamás debemos olvidar los beneficios de Dios para nuestra vida! Porque, cuando pasamos a ser sus hijos, Él nos perdona, nos sana, nos rescata de la oscuridad, del pozo de la depresión, de la amargura, del fracaso, de las drogas, de la derrota, de la promiscuidad. Y Dios se revela y nos dice: “¡Yo soy el que te salva!”.
Hoy viene Jesús a nuestra vida, a meter su mano en nuestra inmundicia, en los pecados más ocultos y las heridas más dolorosas, y quiere levantarnos del fondo para consagrarnos. Amado, ¡Él ya nos rescató del hoyo y hoy nos corona de favores y misericordia!
Cristo se presenta a tu vida, solo tenés que abrirle tu corazón a él. Vos podés creerle con todo tu ser y elegir consagrarte, servir al Señor, para que todos sus beneficios colmen tu vida y la de tu familia.
¡Dios te bendiga!