Hoy sus nombres son sinónimos de culto, de inspiración y espiritualidad. Pero quizás algunos no saben que detrás de Narnia y la Edad Media había dos amigos entusiastas que juntos se aventuraron a experimentar a Dios a través de la ficción.
Cuando muchos se enteran que J. R. R. Tolkien fue quien presentó el Evangelio a C.S. Lewis se quedan boquiabiertos. El afecto sincero, fiel y realista que sentían el uno por el otro cuenta la historia de una de las grandes amistades literarias del mundo.
“Estuve despierto hasta las 2:30 del lunes hablando con el profesor anglosajón Tolkien”, escribió en una carta Lewis el 3 de diciembre de 1929, “que vino conmigo a la universidad desde una sociedad y se sentó a disertar sobre los dioses, los gigantes y Asgard durante tres horas, para luego marcharse bajo el viento y la lluvia. El fuego era brillante y la charla buena”.
Estos eran Tolkien antes de El Hobbit y Lewis antes de Narnia, y de su encuentro con Cristo. Para ambos se trataba de un gusto compartido por las historias antiguas.
En sus épocas de universidad, Tolkien pertenecía al club Kolbitar, un espacio en el que se compartía poesía, literatura de parte de distintos universitarios que dejaban volar su mente hacia temas relacionados con la filosofía, fantasía y espiritualidad. Al instante, Tolkien encontró en Lewis una pasión que lo animaba y creyó que podrían gustarle los extraños relatos en los que había estado trabajando desde que volvió de la guerra, los cuales, hasta entonces, había considerado sólo un pasatiempo privado. Así que, armándose de valor, le prestó a Lewis una larga obra inacabada titulada “La historia de Beren y Luthien”, la cual se volvería trascendental en el mundo que él nombraría como la edad media.
Varios días después, Tolkien recibió una nota con la devolución de Lewis. “Hacía siglos que no disfrutaba de una velada tan agradable”, dijo. Además de su valor mítico, Lewis alabó la sensación de realidad que encontró en la obra, una cualidad que sería típica de la escritura de Tolkien.
Tolkien tuvo en cuenta las críticas de Lewis, pero de una forma única. Aunque aceptó pocas sugerencias específicas, reescribió casi todos los pasajes con los que su colega tenía problemas. Lewis dijo más tarde de Tolkien: “Sólo tiene dos reacciones ante las críticas: o bien vuelve a empezar toda la obra desde el principio, o bien no hace caso alguno”.
Los libros de Tolkien hoy son leídos por miles de personas en todo el mundo, dejándose sumergir en las vastas tierras de la Edad Media y sus increíbles historias, pero podríamos decir que Lewis fue el primero en leerlo. Su respuesta, llena de elogios exuberantes y críticas muy fuertes, fue también la pauta para su grupo de escritura, los Inklings, integrado por otros grandes escritores que también dejaron su huella en la literatura inglesa, como Charles Williams, Warnie Lewis (hermano de C.S. Lewis), Hugo Dyson, entre otros.
Por las noches, media docena de ellos llegaban a la casa de Tolkien, se preparaba el té y, cuando las pipas estaban encendidas, Jack, como le llamaban a Lewis decía: “Bueno, ¿nadie tiene nada que leernos?”. Las horas pasaban mientras todos ellos compartían sus escritos. Así como eran bien elogiados, también eran directamente criticados cuando no gustaban.
Tolkien leyó fragmentos de El Hobbit y El Señor de los Anillos. Lewis dio a conocer obras como Perelandra y Esa horrible fuerza. Tolkien dijo: “Leí los dos últimos capítulos (La guarida de Shelob y Las elecciones del maestro Samwise) a Jack el lunes por la mañana. Lo aprobó con un fervor inusitado y el último capítulo le hizo llorar”.
Años más tarde, Tolkien describió la “deuda impagable” que tenía con Lewis, explicando: “Sólo de él llegué a tener la idea de que mis ‘cosas’ podían ser algo más que un pasatiempo privado. Si no hubiera sido por su interés y su incesante afán de superación, nunca habría concluido ‘El Señor de los Anillos’”.
Sin Lewis, no existiría El Señor de los Anillos. También podríamos decir que sin Tolkien no existirían Las crónicas de Narnia, no por el interés literario de Tolkien en ellas, sino por otra razón. Hoy conocemos a Lewis como uno de los mayores escritores cristianos del siglo XX, pero aunque desde el principio estaba claro que Lewis sería escritor, no estaba nada claro que se convertiría al cristianismo. Antes, necesitaba que Tolkien le proporcionara la pieza que le faltaba.
Tolkien motivó a Lewis a conocer a Dios.
El 22 de septiembre de 1931, Lewis relató una conversación nocturna que cambió su vida. Explicó que tenía un invitado de fin de semana, Dyson, de la Universidad de Reading. Tolkien se unió a ellos para cenar, y después los tres fueron a dar un paseo. “Empezamos a hablar (en el paseo de Addison justo después de cenar) sobre la metáfora y el mito”, escribió Lewis. Jack continuamente refutaba y cuestionaba todo lo referido al Evangelio, pero su interés lo desbordaba. En el paseo en medio de toda esta charla sobre Jesús, Tolkien guardó silencio, luego se dirigió a Lewis y le echó en cara que su incapacidad para aceptar el núcleo central del mensaje cristiano se debía a una falta de imaginación por su parte.
Dijo que Jack no tenía dificultad en captar y extraer significado de los mitos antiguos de los griegos y los noruegos, pero, por lo que tocaba al cristianismo, se ponía el sombrero de racionalista y peleaba contra la lógica de la historia en vez de aceptarla y extraer verdad y sentido de ella. Tolkien también le hacía ver a Jack, que él conocía mucho de la mitología e historia, pero aún así, siempre le preguntaba a Tolkien cosas relacionadas a Jesús y la Biblia.
Lo que Dyson y Tolkien le mostraron fue que lo más importante no era comprender exactamente cómo la muerte de Cristo nos ponía en paz con Dios, sino creer que así era. Le instaron a que dejara que la historia de la muerte y resurrección de Cristo actuara sobre él como hacían los otros mitos que amaba, con una tremenda diferencia: éste ocurrió de verdad.
“Continuamos conversando (en mi habitación) sobre el cristianismo”, añadió, “una larga y satisfactoria charla en la que aprendí mucho”.
Lo que Lewis aprendió fue fundamental. Antes había puesto fin a su incredulidad y había pasado a ser teísta. Como afirma en “Sorprendido por la Alegría”: “En el trimestre de la Trinidad de 1929 me rendí y admití que Dios era Dios, y me arrodillé y oré: quizá, aquella noche, el más abatido y reacio converso de toda Inglaterra”. Tras este primer paso –con ayuda de amigos y autores cristianos como G.K. Chesterton, George Herbert y George MacDonald– inició el camino que le llevaría a creer en Cristo.
Nueve días después de aquella noche especial en el paseo de Addison –durante un paseo al zoológico en el sidecar de la moto de Warnie, su hermano– Lewis llegó a creer que Jesús es el Hijo de Dios. Años más tarde declaró: “Dyson y Tolkien fueron causas humanas inmediatas de mi propia conversión”.
“Acabo de dar paso de creer en Dios a creer en Cristo…Mi larga conversación con Dyson y Tolkien tuvieron mucho que ver en esto”
Lewis en una de sus cartas a su amigo Arthur Greeves.
Debido al ánimo que Lewis le dio a Tolkien y al papel de este último en la aceptación del cristianismo por parte de Lewis, podemos decir, en cierto sentido, que sin la contribución del otro no tendríamos Narnia ni la Tierra Media. Pero sólo en un sentido. Porque mientras C.S.L. apreciaba las historias de Tolkien sobre la Tierra Media, a J.R.R.T. no le gustaban los libros sobre Narnia.
Aunque se especula mucho sobre las razones de su desaprobación, esto se basa en informes de segunda mano. En la biografía de Green y Hooper, tenemos varios comentarios vagos, desaprobatorios y privados que Tolkien hizo sobre El león, la bruja y el armario, tales como: “¡Realmente no servirá, ya sabes!”.
Sayer afirma que Tolkien pensaba que las historias de Narnia mostraban signos de estar “escritas de forma descuidada y superficial”. “Es triste que ‘Narnia’ y toda esa parte de la obra de C.S.L. queden fuera del alcance de mi simpatía”, dijo en otra carta.
Aún así, se cuenta que cuando la nieta de los Tolkien, Joanna, se quedó con ellos y buscó algo para leer, su abuelo la llevó a los libros de Narnia de su estantería.
A medida que los dos hombres se hacían mayores, su relación era menos estrecha, otro aspecto al que los estudiosos a veces dan demasiada importancia. Hay pruebas de que siguieron siendo amigos, aunque de una forma menos intensa e íntima.
El respeto entre ellos perduró hasta el final, pero no la relación tan cercana que tenían desde el principio. Esto pudo deberse a desacuerdos entre los dos como también el hecho de que Tolkien por ser inglés era católico, mientras que Lewis, por ser Irlandés, era protestante. Una diferencia muy marcada en la época que los llevó a distanciarse.
En el otoño de 1949, Tolkien terminó de mecanografiar la última copia de El Señor de los Anillos. Lewis, que ahora tenía 50 años, fue la primera persona a la que prestó el manuscrito terminado. “He vaciado la rica copa y saciado una larga sed”, escribió Lewis el 27 de octubre de 1949, declarando que era “casi inigualable en toda la gama del arte narrativo que conozco”. Recordando los muchos obstáculos que Tolkien había superado, Lewis declaró: “Todos los largos años que le has dedicado están justificados”. Lewis cerró la primera reseña en el mundo de la obra maestra de Tolkien con las palabras “Te echo mucho de menos”.
Unos días antes de Navidad, Tolkien volvió a escribirle en la Nochebuena de 1962, Lewis le respondió agradeciéndole su “amabilísima carta” y concluyó diciendo: “¿Sigue siendo posible, en medio del espantoso alboroto navideño, intercambiar saludos por la Fiesta de la Natividad? Si es así, los míos, muy cordiales, para los dos”. Para la Navidad siguiente, Lewis ya no estaba. Murió en su casa el 22 de noviembre de 1963, una semana antes de cumplir 65 años.
Tolkien escribió sobre la pérdida. Aunque se habían hecho menos amigos, declaró: “Teníamos una gran deuda el uno con el otro, y ese vínculo, con el profundo afecto que engendró, permanece”. Aquí Tolkien, siempre cuidadoso con las palabras, no dice que su vínculo y profundo afecto con Lewis se mantuvo hasta la muerte de éste, sino que permanece. Es de suponer que aún perdura.
Tolkien escribió en su diario: “La amistad con Lewis compensa muchas cosas y, además de proporcionarme placer y consuelo constantes, me ha hecho mucho bien”.
En el libro Los cuatro amores, Lewis señaló cómo las grandes amistades pueden trazarse a menudo hasta el momento en que dos personas descubren que tienen un interés común que pocos comparten, cuando cada uno piensa: “¿Tú también? Pensaba que era el único”.
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