No ha sido muy grande la atención que los autores de textos de historia del cristianismo han prestado a América Latina. Es obvio que así haya sido, por cuanto al escribir desde una perspectiva anglosajona la mayoría de ellos, no podían atribuir mayor importancia a un continente nuevo y considerado en la periferia de las posibilidades del protestantismo, por ser «cristiano» (católico romano) o por no responder a su particular concepción del desarrollo histórico del cristianismo.
Es evidente que casi todos los autores protestantes han estructurado sus obras pensando en un cristianismo que, nacido en Jerusalén, llega hasta lo último de la Tierra siguiendo una ruta que durante siglos pasa por Siria, Asia Menor, Grecia, Roma, Europa mediterránea, norte de Europa, Inglaterra, Estados Unidos y, a través de las misiones modernas (siglos XIX y XX), hasta el resto del mundo.
Esta tendencia «occidentalista» ha respondido más o menos fielmente a la historiografía típica de los siglos XIX y XX en la historia universal, y a la concepción imperialista inglesa o de «destino manifiesto» estadounidense. Pero ha dejado postergado en el olvido la riqueza y el valor de los desarrollos del cristianismo en el “mundo de la mayoría”, particularmente América Latina.
Esta postergación ha significado la casi total falta de una historiografía del desarrollo del protestantismo en este continente. Me permito sugerir mi libro Historia del cristianismo en América Latina (El Paso, TX: Editorial Mundo Hispano, 2018, 1181 pp.) como un intento por llenar este vacío.
El cristianismo en América Latina no tenía muchas posibilidades de desarrollo a partir de la Iglesia católica romana dominante. Su estado decadente no podía producir en este continente lo que el protestantismo había producido en otras latitudes. Fue en una situación de estancamiento católico romano cuando este apareció.
Al principio como una importación de las potencias hegemónicas del mundo, traída por inmigrantes y misioneros, predominando finalmente la importación misionera. Así, América Latina se transformó en campo misionero, en algunos casos, hasta nuestros días.
Más recientemente un nuevo espíritu nacionalista, una madurez mayor y un sentido de identidad bien acentuado, han llevado a la configuración de un protestantismo latinoamericano, que se perfila como algo propio y único en el mundo, y que hace oír su voz y pretende hacer su contribución particular a la extensión del Reino de Dios.
El protestantismo durante la conquista y la colonia (1492-1810)
Las dos grandes potencias que descubrieron, conquistaron y colonizaron el continente americano fueron España y Portugal. Ambos países eran fervientes católicos, que compartían en todo el espíritu de la reforma romana. Sus coronas recibieron del papa las nuevas tierras, con el compromiso de asumir la responsabilidad de la evangelización de sus habitantes.
Desde la primera hora, el catolicismo penetró en América Latina llevado por los ejércitos españoles y portugueses. Esta característica inicial hizo de ella un continente católico romano y, por lo tanto, vedado a toda penetración protestante.
Cualquier intento de proselitismo o el más mínimo amago de práctica religiosa protestante era inmediatamente frustrado con el rigor de la Inquisición.
La Inquisición en América Latina resultó ser muy eficaz. No obstante, es posible destacar algunos episodios un tanto excepcionales que se dieron en esta etapa.
La colonia Welser en Venezuela (1528-1546). El emperador Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico tenía una deuda con la casa bancaria de los Welser de Augsburgo y saldó esa deuda entregando para su conquista la región occidental de Venezuela. Entre los alemanes que llegaron para ocupar el nuevo territorio había algunos luteranos.
Entre ellos, los más destacados fueron el gobernador de la colonia, Ambrosio Alfinger, y el vicegobernador, Nicolás Federman, cuyos padres estuvieron entre los que firmaron la Confesión de Augsburgo. Para el año 1532, parece ser que toda la colonia había aceptado la fe luterana. De todos modos, la colonia desapareció totalmente y no quedó en Venezuela ningún rastro espiritual de estos primeros contactos con el protestantismo.
La colonia hugonote en Brasil (1555-1567). Durante el reinado de Enrique II de Francia, algunos protestantes franceses buscaron seguridad y libertad de culto en América. La posición de la reforma calvinista (hugonote) en aquel país era muy difícil, y estos perseguidos protestantes encontraron un alivio efímero estableciendo una colonia en una isla de la Bahía de Guanabara, cerca de la actual Río de Janeiro.
El vicealmirante Nicolás Durand de Villegaignon, protagonista de esta aventura, creyó poder ganarse el apoyo de los hugonotes —y principalmente de su noble protector, Gaspar de Coligny— prometiéndoles la creación de una «Francia Antártica», que sirviera de refugio a los perseguidos. Durante un tiempo la colonia adoptó un sistema de gobierno civil eclesiástico semejante al de Ginebra.
Pero cuando, por razones de orden político, Villegaignon cambió de parecer, los hugonotes se vieron amenazados. La mayoría volvió a Francia y unos pocos presentaron al versátil gobernador una «Confesión Fluminense», de inspiración calvinista, que les costó la vida. Estos no hicieron ninguna labor evangelizadora entre los indígenas, pero fueron los protagonistas del primer intento protestante de establecerse como colonos en América Latina.
La colonia holandesa en Pernambuco (1624-1654). Este fue un período de influencia protestante altamente significativo. Los holandeses se apoderaron de la región al nordeste de Brasil y, bajo el gobierno del conde Juan Mauricio de Nassau-Siegen, el territorio holandés llegó a extenderse desde el río San Francisco, en el sur, hasta el Marañón en el norte.
La colonia floreció rápidamente con notables éxitos en el comercio, en las ciencias y las artes, caracterizándose también por su amplia tolerancia religiosa. Los católicos y los judíos pudieron ejercer sus cultos, pero el gobierno holandés conocía también el ideal teocrático propio del calvinismo y daba mayor respaldo a la Iglesia reformada.
Se procuraba también reglamentar la vida pública con una legislación basada en la Biblia; se ponía gran énfasis en el respeto del día del Señor y el vínculo matrimonial. Lo más interesante de esta colonia fue su esfuerzo por evangelizar a los indios, a cuyo fin llegó a redactar un catecismo en tupí, holandés y portugués.
La excesiva energía con que se pretendía realizar tantos ideales contribuyó al fracaso final de la colonización holandesa. La colonia duró treinta años, después de los cuales los portugueses reconquistaron su territorio perdido. Quedaron reliquias arquitectónicas como recuerdos mudos de la colonia, pero no rastros religiosos.
La colonia escocesa de Panamá (1698-1700). En 1698, mil doscientos protestantes escoceses intentaron establecer una colonia en Panamá. La colonia duró apenas dos años, luego de los cuales desapareció.
Piratas y particulares protestantes. Muchos de los piratas y bucaneros ingleses y franceses más destacados fueron protestantes. Estaban generalmente al servicio de su país de origen para hostigar a España y Portugal en sus posesiones americanas. Además, muchos mercaderes y aventureros venidos a América confesaban su fe protestante.
Para eliminar a estos elementos heterodoxos y heréticos, Felipe II de España, en 1569, estableció la Inquisición Española en el Nuevo Mundo, con tribunales en Lima, México y, más tarde, en Cartagena. Cada tribunal tenía sus «comisarías» y estas, a veces, sus «subcomisarías». La obra de los inquisidores tuvo un éxito extraordinario. El protestantismo fue totalmente extirpado y no volvió a aparecer sino hasta el siglo XIX, coincidiendo con las guerras de independencia.
La penetración inglesa. Inglaterra, que desde el período isabelino comenzó a vivir su mejor hora como gran potencia de ultramar, quería ocupar el lugar de España en el dominio del Nuevo Mundo. Varias expediciones invasoras desembarcaron a tal efecto en las playas de América del Sur.
En ambas márgenes del Río de la Plata (1807) ejercieron una gran influencia, llamando la atención de los criollos sobre las ideas y el espíritu de una nación predominantemente protestante, y predicando la fe evangélica y el principio de la libertad religiosa.
En Uruguay, un misionero enviado por la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera con un cargamento de Nuevos Testamentos y porciones aprovechó el breve control inglés del país para agotar sus existencias. Ante la noticia de su presencia, la gente viajaba desde lejos para obtener una porción de las Escrituras (1809).
Todos estos intentos, a lo largo del período de la conquista y la colonización del continente latinoamericano, no tuvieron continuidad, en buena medida debido a la encarnizada oposición de la Iglesia católica romana con el apoyo de las coronas española y lusitana. La Inquisición jugó también un papel importante.
Si bien no hubo demasiados protestantes a quienes perseguir y matar (no se registra el caso de un solo pastor protestante sentenciado a muerte en tres siglos), de todos modos, sirvió como factor limitador al establecimiento del protestantismo en el continente. Por otro lado, los pocos protestantes europeos venidos a América Latina en este período no tenían interés en la evangelización y solo los movía un objetivo colonial, comercial o militar.
No te pierdas la próxima de las cuatro entregas de Pablo Deiros sobre el avance del evangelio en América Latina.