La Iglesia, a lo largo de varias décadas, ha transitado diversos estadios que infelizmente no todos han contribuido al avance del Evangelio. Uno de esos yerros fue la enseñanza del evangelio de la prosperidad, una manera de desenfocar a la iglesia de la esencia genuina de la generosidad, del dar.

Así es que nos encontramos con costumbres que nada tienen que ver con la enseñanza bíblica, con pactos, con sellar con dinero la palabra recibida, con maldiciones hacia quienes no dan, haciendo promesas ilusorias que más se asemejan a la lotería que a la verdad presente.

Una concepción errónea de la prosperidad llevó a algunos a un extremo muy peligroso, donde se enfatizó más al receptor, como el centro de todo beneficio, que al Dador mismo de toda buena dádiva. Esto contribuyó al desprestigio del Evangelio, con testimonios por demás conocidos que no hacen más que avergonzar a la Iglesia ante el mundo.

Pero mi interés está centrado en ahondar en el verdadero sentido del dar, en la generosidad, tal como la Palabra nos enseña.

El apóstol Pablo, en su segunda carta a los corintios, expresa una verdad relevante para todo este tema de la generosidad. El capítulo 8 comienza presentando el dar como una gracia, un don, un regalo de Dios: “Ahora, hermanos, queremos que se enteren de la gracia que Dios les ha dado a las iglesias de Macedonia” (v. 1). Esta gracia debía ser difundida como un modelo a seguir y Pablo comienza a describir su verdadera naturaleza: “En medio de las pruebas más difíciles, su desbordante alegría y su extrema pobreza abundaron en rica generosidad” (v. 2).

La generosidad nunca tuvo que ver con posición económica, por el contrario es una forma de vida, un hábito que se vive y práctica en medio de pruebas difíciles “con desbordante alegría” o en medio de extrema pobreza “con abundancia en rica generosidad”.

El apóstol prosigue su magistral enseñanza mostrando las motivaciones correctas que deben caracterizar a la iglesia, en el versículo 3: “Soy testigo de que dieron espontáneamente tanto como podían, y aún más de lo que podían”.

No solo se trata de dar, sino de cómo damos, se trata de hacerlo espontáneamente, sin egoísmo, ni límites, no para cumplir o recibir algo a cambio sino porque de esa manera se manifiesta el ADN heredado del dador por excelencia: el Padre.

El versículo 4 nos muestra que, para un hijo de Dios, dar es un privilegio no una carga ni es gravoso, porque entiende que de esa manera participa del servicio a los santos, en la extensión del Evangelio: “rogándonos con insistencia que les concediéramos el privilegio de tomar parte en esta ayuda para los santos”.

En las siguientes palabras se revela la clave que la iglesia debe entender y aprender “Incluso hicieron más de lo que esperábamos, ya que se entregaron a sí mismos, primeramente al Señor y después a nosotros, conforme a la voluntad de Dios” (v. 5).

El orden de estas palabras tan reveladoras es fundamental para evitar abusos, “se entregaron a sí mismos” primero a Dios, después a sus autoridades, conforme a la voluntad del Señor. Cuando nuestra vida es ofrenda grata a Dios, y todo lo que somos y tenemos le pertenece a Él, dejamos especulaciones y accionamos la generosidad como una gracia impartida, no para ser beneficiados solamente, aunque sabemos que si sembramos, cosecharemos.

Qué es la ofrenda, nuestra actitud frente a ella y sus resultados

Así, avanzamos en el entendimiento y damos no por lo que recibiremos sino para beneficiar al Cuerpo al cual pertenecemos. En el Nuevo Testamento encontramos muchísimas expresiones paulinas con relación a lo que es la ofrenda: gracia, generosidad, privilegio, obra de gracia, gracia de dar, ayuda, generosa colecta, ofrenda generosa, siembra, servicio sagrado, demostración de servicio, obediencia, solidaridad.

Y también hay expresiones paulinas con respecto a la actitud de quienes ofrendan: con desbordante alegría, rica generosidad, espontáneamente, sacrificialmente, con interés genuino, entrega personal, amor sincero, voluntariamente, según sus posibilidades, de buena gana, de buena voluntad, con buena disposición, entusiasmo, preparados y no desprevenidos, generosamente, en abundancia, con alegría.

Pablo habla con respecto al resultado de la ofrenda: es bien recibida, suple necesidades, cosecha, es provisión de semilla, aumento de recursos, abundante cosecha de justicia, enriquecidos en todo sentido, acciones de gracias a Dios, alabanzas a Dios.

Es de suma importancia que sea revelado a la Iglesia la verdadera esencia de la gracia de dar, de la generosidad, que es comparada con la fe, las palabras, el conocimiento, la dedicación y el amor: “Pero ustedes, así como sobresalen en todo —en fe, en palabras, en conocimiento, en dedicación y en su amor hacia nosotros—, procuren también sobresalir en esta gracia de dar” (v. 7).

Pablo es muy cuidadoso en este tema y no quiere ser malinterpretado, no está manipulando, está formando un pensamiento correcto. Podemos decir que en el pensamiento paulino, si uno no es generoso, no ama sinceramente.

Dios nunca pide lo que no tenemos, la igualdad se da cuando la generosidad no es de unos pocos sino de todos. Aquello a que nosotros renunciamos puede ser la riqueza de otros. La medida de nuestra generosidad es la voluntad del Señor, Él es la fuente de la generosidad, porque su naturaleza en nosotros es generosidad.

Imposible concluir un tema por demás importante y visceral para la vida de la Iglesia, como es la gracia de dar. Pero que las palabras del apóstol en 2 Corintios‬ 9:11, nos sigan edificando “Ustedes serán enriquecidos en todo sentido para que en toda ocasión puedan ser generosos, y para que por medio de nosotros la generosidad de ustedes resulte en acciones de gracias a Dios”.

Que podamos entender que la generosidad define el carácter y la naturaleza de Dios que dio a su único Hijo por nosotros. Ella es el carácter y la naturaleza de Cristo que voluntariamente se ofreció como ofrenda por nosotros. Esta es una cualidad que debe predominar en los hijos de Dios “siempre”. La generosidad no depende de la abundancia, el propósito de la provisión es la generosidad.

Apóstol y pastora del Centro Cristiano Rio grande, Tierra del Fuego. Vicepresidenta de la Fundación el Buen Pastor. Docente de la Escuela de Ministerio Rio Grande e integrante del Concejo Apostólico de la Red Unge. Casada hace 39 años con el Apóstol Alberto Calviño. Madre de 4 hijos y abuela de 7 nietos, todos sirviendo activamente en la obra de Dios.